Vivimos en un lugar de pinares y campos de olivos y almendros. Caminos de piedra recorren los montes entre el silbar del cierzo que a veces sopla muy fuerte. Cuando andamos hablamos poco y contemplamos mucho… La naturaleza entra en nuestro callar con la música de los pájaros y el murmullo de las ramas en los bosques de pinos.

Un día cualquiera, sin avisar, entre los susurros del camino, el Señor me hizo una llamada… Yo nunca fui un modelo para Él… solo dos veces había ido a misa en mi vida… Sin embargo, ahora sentía que Dios me quería en algún lugar, en algún trabajo, en alguna misión… Escarbé en Internet todo lo que tenía que ver con las misiones para tratar de encontrar la mía… pero todas las entidades con las que contacté buscaban personas con una tradición católica solvente que yo no tenía… Casi perdida la esperanza,  los dominicos se cruzaron en nuestro camino. No preguntaron, no exigieron nada, solo abrieron los brazos y nos acogieron, a Ángeles y a mí, sin condiciones, a través de la sonrisa de Alexia, de Patricia, de Carmen, de Mar…  Y siguiendo la luz que pasaba a través de esa puerta abierta de predicación, de comunión, de compasión, de contemplación, de humildad, de acogimiento incondicional… descubrimos a Domingo… Y lo estudiamos minuciosamente, en los libros, en la DOMUNI… hasta advertir sorprendentemente que siempre estuvo ahí, junto a Jesús, en el interior de nuestro silencio.

… De tanto en cuanto, alguna piedra se mete en la sandalia y hay que parar a quitarla. Al andar, un ruido sordo, solitario, del roce de las suelas con el suelo seco de tierra ocre, es música que acompaña la oración limpia, directa y transparente de Domingo, que pide a Dios fuerzas para dar la Buena Noticia a las pobres almas perdidas… Siempre que pienso en Domingo lo veo caminando,  junto a Diego, hablando de Jesús y con Jesús, por esos solitarios caminos hacia Francia…

Ángeles y Juan, voluntarios de Selvas Amazónicas