El 24 de mayo la Familia Dominicana celebra la Fiesta de la Traslación de Santo Domingo de Guzmán. Recordamos en esta fiesta el traslado de los restos del primer lugar de descanso de sus restos mortales a un nuvo lugar más cuidado y digno.

“Era Pentecostés de 1233. Se había reunido Capítulo General de la Orden en Bolonia bajo la presidencia de Jordán de Sajonia, sucesor inmediato de Santo Domingo en el generalato. Estaban en la ciudad el arzobispo de Rávena, obedeciendo a las órdenes del Papa, y los obispos de Bolonia, Brescia, Módena y Toumay. Habían acudido más de trescientos religiosos de todos los países. Los hostales rebosaban de señores y ciudadanos notables de las ciudades vecinas. Todo el pueblo estaba en expectación. «No obstante —dice el Beato Jordán—, los Hermanos estaban intranquilos: oran, palidecen, tiemblan, porque temen que el cuerpo de Domingo, expuesto largo tiempo a la lluvia y al calor en una vil sepultura, aparezca comido de gusanos, exhalando un olor que disminuyese la opinión de su santidad»

Atormentados por este pensamiento, pensaron abrir secretamente la tumba del Santo; pero Dios no permitió que así fuese. O porque hubiese alguna sospecha, o para comprobar más la autenticidad de las reliquias, el Podestá de Bolonia mandó quedía y noche guardaran el sepulcro caballeros armados. Sin embargo, a fin de tener más libertad para el reconocimiento del cuerpo, y evitar en el primer momento la confusión de la muchedumbre llegada en masa a Bolonia, se convino en abrir el sepulcro de noche.

El 24 de mayo, lunes de Pentecostés, antes de la aurora, el arzobispo de Rávena y los demás obispos, el Maestro General con los definidores del Capítulo, el Podestá de Bolonia, los principales señores y ciudadanos, tanto de Bolonia como de las ciudades vecinas, se reunieron, a la luz de las antorchas, en torno de la humilde piedra que cubría hacía doce años los restos de Santo Domingo.

En presencia de todos, fray Esteban, provincial de Lombardía, y fray Rodolfo, ayudados por otros varios hermanos, empezaron a quitar el cemento que sujetaba la losa. Por su dureza, difícilmente cedió a los golpes del hierro. Cuando le hubieron quitado, fray Rodolfo golpeó la mampostería con un martillo, y con ayuda de picos levantaron penosamente la piedra que cubría la tumba. Mientras la levantaban, un inefable perfume salió del sepulcro entreabierto: era un aroma que nadie pudo comparar a cosa conocida, que excedía a toda imaginación.”

Fuente: dominicos.org