Empieza el curso y con él las ganas de hacer algo (muchas veces nuevo) que podamos encajar en nuestro planing semanal. Intentaremos cuadrar con la agenda en la mano a qué nos vamos a apuntar y qué días: escuela de idiomas, cursos de formación, un master (no, eso mejor no…), a qué clase colectiva del gimnasio, voluntariado, espacio de espiritualidad, etc, etc ¿Lunes y miércoles? ¿Martes y jueves? Las ganas y las posibilidades son muchas, pero el tiempo limitado.

El domingo pasado fui a misa a la iglesia de al lado de mi casa y nos invitaron a coger la hoja parroquial en la que se detallaban una multitud de actividades, y grupos en los que participar en este nuevo curso según nuestros intereses y necesidades.

Esto me hizo pensar que es necesario que nos planteemos elegir, entre tanta oferta, lo que nos ayude a crecer a nivel personal y espiritual según nuestra madurez y necesidades. No quiero decir que tengan que ser actividades específicas de un tipo o de otro, pero si que nos ayuden a desarrollarnos en conjunto a nivel vital según nuestra situación.

Al final nuestra agenda debería ser reflejo de nuestras búsquedas personales, de lo que estamos llamados a ser, y no sólo mostrar una serie de actividades con las que ocupar nuestros días. Como parte de esa interioridad también tendremos que determinar qué espacio dejamos para cuidar nuestra relación con Dios. Un Dios que por cierto también nos llama a acoger al prójimo, al que necesita de mí.  

Visto así, quizás no sea tan simple esto de cuadrar la agenda… ¡ánimo valientes!

José Alberto de Blas