“Mi hijo es que va a ser médico” se oye decir un padre a la maestra cuando inscribe a su hijo en educación infantil.
“Cariño, tú lo que tienes que ser es ingeniera, pasas 5 años estudiando mucho pero después a vivir la vida” dice una madre a su hija al comienzo de bachillerato.
Estas u otras situaciones habremos presenciado muchas veces, además de la habitual “qué quieres ser de mayor”.
Y me hace pensar en el modo en que nos situamos ante el trabajo. ¿Qué criterios se tienen más en cuenta a la hora de decidir a qué quiere uno dedicarse? Me gustaría pensar que, sobre todo, prima la pasión por algo, la vocación o incluso el bien común.
Sin embargo, en muchas ocasiones lo que condiciona es exclusivamente el futuro sueldo o el prestigio.
Uno va a dedicar una gran parte de su vida al trabajo (ojo, no toda, no podemos SER sólo una profesión) con lo que es querer poco la propia vida si vamos a pasárnosla trabajando en algo que nos amarga. Es fundamental tratar de disfrutar con lo que hacemos.
Pero, como jóvenes cristianos, creo que debemos ir más allá. Hay que pensar que tenemos también otras responsabilidades, una sociedad de la que formamos parte, un mundo que tratamos de cambiar. Seamos médicos, profesores, administrativos, arquitectos, psicólogos, historiadores, vendedores, físicos, sociólogos, ingenieros o cualquier otra cosa, podemos y debemos contribuir con nuestro entorno, cambiar nuestro círculo para de ahí comenzar a cambiar el mundo. A la hora de pensar en nuestro futuro, hay que considerar también desde dónde voy a ser capaz de trabajar por el Reino, desde dónde voy yo a poder predicar mejor, como joven dominico que soy.
No hay una sola respuesta, menos mal. Cada uno, con suerte, pero también con trabajo, encontrará la suya. Antes o después, a la primera o a la quinta. Pero tengamos el valor de preguntarnos. De no ser cómodos y tirar por lo más fácil. Veamos más allá. Seamos más allá.
MJD
Cuando pienso sobre este tema y en cómo deberíamos vivenciar los cristianos está importante decisión siempre me viene a la cabeza san Ignacio de Loyola que decía aquello de que la elección no ha de ser entre lo bueno y lo malo, sino entre lo bueno y lo mejor. Tradicionalmente en el mejor de los casos las personas que aconsejan abren dos opciones: que estudies ‘algo que te guste’ o que estudies ‘algo que tenga salida’. ¿Pero es ‘suficiente’ para nosotros? ¿No deberíamos buscar algo antes en nuestra decisión?
Mucha gente dice que sólo quiere tener una vida tranquila, tener lo suficiente para una casa, criar a los hijos con cierto desahogo, poder irse de vacaciones, tener un coche, disfrutar del ocio,… Según qué persona la lista se extiende más o menos y ese ‘sólo una vida tranquila’ se puede convertir en una vida bastante opulenta, cómoda y alejada de la realidad. Recuerdo lo que dice un personaje de la deliciosa comedia de Billy Wilder ‘Irma la Dulce’: ‘La vida es una guerra. Y nadie tiene derecho a ser objetor de conciencia’. Quizá nosotros cristianos no usaríamos esa referencia a la guerra y hablaríamos del ‘valle de lágrimas’ u otras referencias. Que nadie me malinterprete: en si no es malo querer una vida cómoda y fácil. Bien desearíamos todos que este nuestro mundo fuera un lugar de amor donde reinara la hermandad y la paz. Pero el peligro es que deseemos ese bienestar por encima de todas las cosas y a la hora de la verdad prefiramos cerrar los ojos a la realidad sufriente del mundo por ella, para que no nos incomode nuestra conciencia ante la visión de los horrores y acallemos en nosotros la voz de Jesús que nos dice claramente dónde quiere que estemos.
Por eso y siguiendo con la referencia a san Ignacio pienso en sus tres grados de humildad para hacer una analogía con el escoger un futuro. Una vez salvada la opción de escoger una opción desde la que sirvamos a nuestros hermanos tanto en la Iglesia en particular como en el mundo en general aún hemos de hacernos la segunda pregunta.
A modo de primer grado de humildad podemos escoger ‘servir a los demás haciendo lo que más nos guste’. Amamos el arte, la ciencia, la educación… Desde esa opción que nos apasiona podemos trabajar para hacer un poco más realidad nuestra misión de hacer llegar el Reino de Dios haya donde se necesite. Contribuir con nuestras obras a despertar la inspiración de aquellos que las disfruten y provocar en ellos el gozo que nos inunda; conseguir con nuestras investigaciones que la calidad de vida de las personas sea cada vez un poquito mejor; educar a ciudadanos responsables con el resto de la población.
Un segundo grado podría ser ‘servir a los demás haciendo aquello que se nos da bien’. Quizá haya algo que se nos da muy bien, pero no es necesariamente lo que más nos gusta. Quizá seamos verdaderos genios muy dotados para la investigación, o alguien con personalidad magnética con buenas condiciones de líder. O mil cosas más. No son labores que nos desagraden, aunque no son nuestras preferidas. Pero como sabemos que tenemos muchas posibilidades de llevarlas a cabo con mucho provecho para todos, quizá sea una buena opción tomar ese camino. En la vida no todo está hecho de golosinas y piruletas. A veces hay que saber trabajar con los talentos que Dios no da y ser generosos.
Y un tercer y último grado de humildad podría ser ‘servir a los demás haciendo aquello que es necesario’. Como hijos de la familia dominicana hemos de recordar el gran amor que sentía por la verdad santo Domingo. Una labor ineludible del buen cristiano es acercarse a la realidad del mundo y conocerla de la manera más amplia posible- sólo desde el reconocimiento de lo que de verdad ocurre podremos trabajar eficazmente para transformar la realidad de la manera más evangélica posible-. Y en nuestra observación atenta y amorosa del mundo es posible que identifiquemos lugares donde se necesita una mano. Quizá ese trabajo no sea el que más nos guste en términos fríos, quizá no sea el que mejor se nos dé, pero sentimos que si nosotros no damos el paso para hacerlo nadie lo dará. Y es necesario. Hoy en día apenas se viven como opciones reales para los jóvenes la vida religiosa o la vida en el campo- por pensar en los dos primeros ejemplos que se me vienen a la cabeza. Es muy difícil hoy en día ver a una persona criada lejos del campo optando por él, o gente no necesariamente muy ‘en la Iglesia’ arriesgándose a escuchar la llamada de Dios. Y no siempre fue así. También hemos de ser valientes a la hora de responder a ‘este tercer grado de humildad’ si así creemos escucharlo. Y en este punto realmente estaremos simple y llanamente haciendo ‘lo que nos gusta’. Porque en el centro de nuestra acción no estará la naturaleza de la misma sino el lugar hacia donde está orientada: el servicio a los hermanos, que son rostro vivo de Cristo. Hemos de ser valientes y arriesgarnos a tomar caminos que no nos lleven al éxito personal tal y como normalmente se entiende en nuestra sociedad y pasar quizá ‘sin pena ni gloria’ a los ojos del mundo, pero contribuyendo al bienestar de todos en silencio. Aunque nadie en este mundo nos lo agradezca nunca o incluso nos desprecien por ello.
En definitiva, hemos de ser abiertos a la voz de Dios para con nuestro futuro y no cerrarnos caminos a priori. Hemos de ser abiertos a ser pobres, a escoger un camino conscientemente que nos aleje de ‘lo que es normal’ hoy en día. En nuestro mundo actual a veces nos equivocamos y vemos la indignidad en ser pobres, cuando la indignidad está más bien en las estructuras que la permiten y que sobre ella se sostienen y también en los actos individuales que la alimentan desde la insolidaridad y el egoísmo. Hemos de ser abiertos a tener una vida pobre: quizá nunca viajemos, quizá nunca podamos irnos de vacaciones, quizá nuestros hijos no sean los mejor vestidos,… pero estaremos sirviendo al Señor en la oración y el amor y el servicio a los demás en nuestra comunidad. Y eso nos hará felices. No tengáis miedo ni rechazo a la pobreza en sí- sí, como digo a las estructuras y acciones que la toleran y promueven por intereses egoístas-.