Si algo me sorprendió y encandiló desde el principio en la Orden que fundó Santo Domingo fue la libertad. No era una libertad para hacer lo que me diera la gana sino que me acompañaría a modo de “tutor” de los que se ponen a los árboles para que crezcan derechos. Me encantó conocer aquella historia en la que el santo castellano decía que si la regla coartaba la vida de cualquier hermano, la rompería en pedazos. La Regla de San Agustín, claro, porque a Domingo no le dejaron crear una regla nueva y adoptó la del santo africano.
En la Orden y en la Familia Dominicana no estamos llamados y llamadas a ser iguales. Cada persona debe ser quien está llamada a ser, desarrollando al máximo sus capacidades y potencialidades. Por eso entre nosotros y nosotras hay artistas, poetas y músicos; teólogos y teólogas moralistas, bíblicos, dogmáticos o liturgistas (por más raro que parezca esto último, jeje); defensores de derechos humanos, médicas, obreros, informáticos, abogadas, …
En estos tiempos en que la palabra Libertad está tan de moda y al mismo tiempo se ha devaluado tanto —es como si se hubiera deshilachado, como le ocurre al borde de una prenda vieja con el uso o el paso del tiempo— a dominicos y dominicanas, con y sin “carnet”, nos interesa recuperar su sentido. Para vivirlo, por supuesto, pero también para dar testimonio de ella.
Quizás estamos llamadas a ser en la Iglesia predicadoras y predicadores, sí, de la Verdad, pero también de la Libertad, que tiene sentido si va de la mano de ella y de la Justicia. De aquella que nos hace Uno sin uniformarnos; de la que “nos da alas” para ser cada día personas más parecidas al sueño que la Divinidad tiene para cada una de nosotras. Tendremos que ser libres para ser justas, para denunciar las injusticias y para anunciar la Verdad de un Reino que, sabemos, ya está entre nosotras.
Olivia Pérez