De un tiempo a esta parte pienso en el miedo. Especialmente, en ese que provoca que la gente tienda a sobreproteger lo suyo o lo de los suyos.
Me dio la pista Guillermo Fernández, a quien ya cité en otra ocasión en esta página –miembro del Equipo de Estudios de Cáritas Española, coordinador del VIII Informe FOESSA, excelente persona y gran conversador–. En su presentación del citado y archiconocido informe, ese que hace temblar a ministros de todos los Gobiernos, se refirió a esas personas que, ante la llegada de las migrantes, en los momentos más duros de la crisis o incluso ahora, cuando dicen que todo vuelve a ir mejor, sienten pánico e incertidumbre. No saben qué va a pasar con sus vidas, tienen temor ante una realidad cambiante y muchas de ellas, sufren por sus hijos e hijas, a quienes ven en peor situación y con un futuro aún más incierto. Esa realidad está ahí. Muchas personas sufren temor ante la realidad y podemos negarlo e incluso no comprender por qué se sienten así, pero eso no lo va a cambiar.
Estos días, he vuelto a pensar en ello al recibir unos mensajes en una red social de alguien que se presenta, muy respetuosamente -cosa de agradecer en las redes- como alguien que busca “ayuda para poder superar mis miedos sobre la multiculturalidad”. Este miedo es muy real y comprensible, aunque hasta ahora, me costaba empatizar con las personas que lo sentían, especialmente, si son creyentes. Me resulta complicado entender a alguien que se dice seguidor de Jesús de Nazaret pero que no entiende que eso significa, entre otras cosas, ser acogida, respeto, fraternidad y sororidad, en definitiva, si nos decimos hijos e hijas, hermanos y hermanas. Para mí es más sencillo pensar que estoy aquí, y con aquí me refiero a vivir en esta parte del mundo privilegiado, de paso y sin merecerlo y, mucho menos, sin derecho a considerarme dueña de nada. Nada es mío, nada me pertenece, y mucho menos que nada el territorio, la patria, la realidad que me rodea. Y por eso no temo que algo me sea arrebatado, quizás la vida, la mía y la de quienes me rodean, pero poco más. ¿No dijo Ese a quien decimos seguir que nos fijáramos en los pájaros y los lirios del campo, que ni siegan ni siembran pero Alguien los alimenta y viste cada día? ¿Qué miedo podemos sentir entonces? ¿Nuestra vida como personas creyentes no debe parecerse a lo que hizo y dijo?
Sin embargo, empiezo a comprender que haya personas que vivan esto de manera diferente y que tengan miedo a perder privilegios, poder, tranquilidad o, simplemente, un pedacito pequeño de tierra en la que sentirse seguras. Lo entiendo aunque no lo comparto y daría lo que fuera por lograr que lo vivieran de otra forma. Ojalá pudiera…
Olivia Pérez