Como todos, no he podido evitar pensar en estos días en ellas. Además de que la mayor compartía conmigo nombre, eran paisanas. Nacieron en la misma isla que yo, aunque nos separan unos cuantos años y kilómetros.

El viernes nos concentramos en muchas plazas de España por ellas y sobre todo por su madre. Yo no lo soy, pero no paro de pensar en el sufrimiento de esa mujer y del resto de la familia sin saber, durante tantos días, dónde estaban sus hijas para, finalmente, conocer la fatídica noticia.

No soy capaz de entender qué pasa por la cabeza de un hombre para ser capaz de preferir el sufrimiento de alguien a quien un día dijo querer, por encima de la vida de sus propias hijas. Pero sí me pongo en la piel de la madre desde ese momento en que oyó la amenaza final. ¡Qué dolor!

La sociedad, ahora, al menos, se moviliza, se queja, grita “basta ya”. En esas concentraciones está la esperanza del futuro. De un futuro en el que ningún hombre asesine a la persona con la que compartió vida o a sus hijos e hijas por hacerle daño a ella. La sociedad tendrá que seguir movilizándose y eso hará que las cosas, las leyes y las medidas de protección mejoren. Y un día, esperemos, más pronto que tarde, seremos capaces de acabar con ese patriarcado que lo impregna todo y que hace pensar a un ser que es dueño de la vida de otras.

Olivia Pérez Reyes