En estos días celebramos la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Corpus Christi, una de las fiestas de nuestra fe católica más populares y más identitarias. Aquí ponemos nuestra adoración, nuestra oración y nuestra reflexión, en algo tan concreto y real como el misterio de la Eucaristía.

Siendo de siempre la fiesta en jueves –Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol…– litúrgicamente se ha trasladado al domingo, conectando así los domingos tras Pentecostés con las claves de nuestra fe: la Trinidad y el Corpus.

Esto de la presencia del Señor Jesús de forma real en la Eucaristía es una de las enseñanzas de nuestra tradición eclesial más profundamente concretas pese a la aparente abstracción teológica. Nace de algo muy concreto -del mismo Jueves Santo en el que Jesucristo celebra la cena con sus discípulos, de su cuerpo y su sangre entregada en la cruz-, dejando a la Iglesia el sacramento de la Eucaristía de una forma muy concreta –en forma de pan y vino-, y quedándose en ellos no de una forma simbólica, sino real y concreta –el sacramento de la Eucaristía-.

En mi memoria de niño el Corpus es la procesión por las calles de Córdoba del Señor Sacramentado, y es una memoria cargada de sentidos y sensaciones bien concretas. Se mezclan los olores –el incienso, el romero, la colonia al peinarme mi padre- con los sonidos –las músicas, los pasos rozando el suelo, las campanillas de la custodia- con las sensaciones –la mano de mi madre, el roce de las gentes en la procesión- con lo visto –el reflejo metálico en la custodia, los pendones y banderolas de las hermandades y cofradías, los verdes de los naranjos- y hasta con los sabores –el primer helado del verano era en este día…-. Una fe hecha de sentidos, muy real y concreta, es nuestra fe.

Y es que el catolicismo es una fe de lo concreto, de lo corporal. Comenzando con la misma clave de la Encarnación –todo un Dios se hace cuerpo humano concreto-, los sacramentos todos tienen una clave corporal central: el agua, el pan y el vino, los cuerpos de los esposos, las manos de los sacerdotes…

Y es que el catolicismo valora de un modo agradecido y celebrativo el amor de todo un Dios que nos regala la existencia, la creación, el placer, la bondad, el bien, el disfrute de la vida como el mayor don que nos hace. Lo real, lo concreto, leído como mensaje de Dios, como regalo de Dios que nos hace valorar lo corporal, lo sensorial, lo material como ventanas de trascendencia, como experiencias de Dios.

Ese mismo Dios que se hico carne y que decidió quedarse con nosotros en forma de pan y de vino, sigue saliendo a nuestro encuentro con invitaciones cotidianas y concretas a buscarle más y más: en cada beso, cada abrazo, cada amanecer, cada ola, cada montaña, cada brizna de hierba, cada vaso de cerveza, cada verso, cada nota, cada imagen, cada olor…

La dimensión concreta se muestra también en la caridad que este día conmemora -Caritas celebra su día en esta fiesta del Corpus-, porque nuestra fe sigue necesitando encarnarse en el cuidado de la caridad, del amor práctico y real de una fe real y concreta que cuida de los hermanos que más lo necesitan.

Una fe concreta en cuerpo real celebramos en esta fiesta de la Eucaristía como el don y el valor de lo concreto que Dios nos regala para encontrarle.

Vicente Niño Orti, OP @vicenior