Cuando pase esto del “COVID”, seguirán las otras terribles y seculares pandemias, las que por un tiempo la conciencia colectiva parece haber olvidado: hambre, guerra, desigualdad, violencia contra las mujeres y menos, agresiones medioambientales, racismo, etc., etc.

Se ha constatado recientemente en el conflicto con el gobierno marroquí en Ceuta algo que, por sabido, no deja de ser indignante: las víctimas de los intereses partidistas y económicos siempre son los más pobres e indefensos, sobre todo mujeres y menores.

En este conflicto, como en casi todos, se utilizan a seres humanos como armamento para intentar agredir al enemigo. De un lado un régimen dictatorial y despótico, con poderosos aliados (EEUU, Arabia Saudí, Israel). Del otro, un gobierno y una oposición, que anteponen sus intereses electorales y estratégicos a la defensa de los derechos humanos. Sin olvidarnos ese otro virus, tan nuevo y tan viejo: el virus de la xenofobia, del odio y del enfrentamiento fratricida.

Es entonces cuando cobra toda su fuerza y sentido la voz de Evangelio: “Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen con su poderío. Entre vosotros no ha de ser así, sino que, si alguno quiere ser grande, que sea vuestro servidor; y el de vosotros que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos” (Mt 20, 25-27). La política como vocación de servicio público, buscando siempre el bien, la justicia, la paz, la fraternidad.

Dice el papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti: «Muchas veces se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales para todos. El respeto de estos derechos “es condición previa para el mismo desarrollo social y económico de un país”» (I, 22). Y más adelante: «Si no logramos recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes, la ilusión global que nos engaña se caerá́ ruinosamente y dejará a muchos a merced de la náusea y el vacío. Además, no se debería ignorar ingenuamente que “la obsesión por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo, sólo podrá́ provocar violencia y destrucción reciproca”. El “sálvese quien pueda” se traducirá rápidamente en el “todos contra todos”, y eso será́ peor que una pandemia (I, 38).

¿Voz que clama en el desierto? Al menos para nosotros no debería serlo. Porque como dice también el papa: “Es posible comenzar de abajo y de a uno, pugnar por lo más concreto y local, hasta el ultimo rincón de la patria y del mundo (…) Busquemos a otros y hagámonos cargo de la realidad que nos corresponde sin miedo al dolor o a la impotencia, porque allí́ está todo lo bueno que Dios ha sembrado en el corazón del ser humano”. (II, 78).

Ricardo Aguadé, OP