Hablando de ser fraile dominico y de la vocación, no puedo menos que hacer un guiño al libro Fr. José Antonio Solórzano (Solo), Porque la luz no dobla las esquinas. Libro luminoso donde los haya, y que tan presente ha estado en mi camino vocacional y en tantísimos otros. Gracias por iluminarnos el camino.
Y sí, si tuviera que destacar algo peculiar y distintivo del estilo dominicano, es sin lugar a duda, la luz y la Luz. Luz, lucidez, luminosidad, claridad, fuego y llama, faro, guía, saber, inteligencia, calidez… Toda esta constelación de términos me remite a los dominicos y, claro está, a la chispa de mi vocación.
Muchos fundadores y fundadoras han tenido ideas brillantes, pero Domingo tuvo una idea luminosa. Porque él era consciente, como dijo después Santo Tomás, que es más importante alumbrar que brillar. Y a lo largo de los siglos han sido muchos los dominicos y dominicas que ha aportado luz, que han sido guía, que nos regalaron su lucidez; y, a pesar de los errores (que los hubo, claro), siempre al servicio del ser humano y del mundo.
Lo diáfano, la luz, la claridad está presente en todo lo dominicano: desde los cuadros de Fray Angelico y Kim En Joong, hasta los libros de Albert Nolan, Gustavo Gutiérrez o Timothy Radcliffe; desde la mística universal y desbordante del Maestro Eckhat, hasta la poesía que abraza lo infinito en lo humano de Antonio Praena.
Lúcida y luminosa fue la educación que recibimos los alumnos del colegio de los Dominicos de Oviedo (antorcha que ahora sigue iluminando en manos de las FESD). Y así, en tantos colegios, proyectos de educación popular, escuelas de teología y universidades del mundo. Estudiar para comprender y liberar.
Llenos de fuego, sabiduría, compasión e inteligencia estuvo el quehacer de tantos dominicos y dominicas, monjas, frailes, religiosas y seglares; como, por ejemplo, Fr. Francisco de Vitoria o Antón de Montesinos. Llena de luz y lucidez sigue estando la tarea de nuestros hermanos y hermanas hoy en día, en tantos lugares de frontera, donde está en juego la dignidad del ser humano y el proyecto del reino de Dios.
Luz que crea fraternidad evangélica, luz que alumbra los problemas del mundo, luz libre que libera, luz contemplativa, luz llena de compasión. Aquella antorcha en la boca de perrillo blanco y negro con el que soñó la madre de Domingo, lleva 800 años incendiando el mundo y los corazones de todos aquellos que han seguido y siguen las huellas de domingo.
Iluminar, no deslumbrar. Hacer que la luz doble hasta la última esquina de la noche más oscura de nuestro mundo y de nuestros corazones.
Ricardo Aguadé, OP