Este año es un año importante para la Orden de Predicadores ya que se celebra el 800 años de la muerte de Santo Domingo. Celebrar la muerte no desde un punto de vista triste y negativo, como hemos podido sentirla en este tiempo de COVID, sino para echar la vista atrás y ver qué enseñanzas nos dejó nuestro Padre Santo Domingo y poder seguir sus pasos.
Así comenzó él, paso a paso, siempre en camino, con la necesidad de buscar un cambio en la sociedad en la que vivía y seguir la misión que Dios le había encomendado. Algo que caracterizaba a Santo Domingo y así a la Orden, es estar constante de búsqueda de la Verdad.
Santo Domingo no “se quedaba quieto” sino que a través del estudio, la oración y el diálogo iba forjado una realidad más plena. No quería una Iglesia superflua y elevada, sino que desde la comprensión y el amor fraterno buscaba trasmitir esperanza y consuelo a los demás.
Es así como por intercesión de otros muchos herman@s, conocí a Santo Domingo. Primero en el ejemplo de mis padres, laicos dominicos, que a través de su estudio y el compartir con su fraternidad me hacían palpar la búsqueda incansable de la Verdad y vivir al estilo de Santo Domingo.
Más tarde fui conociendo a más hermanos, grandes frailes, que me ensañaban a través de la Palabra a vivir la Fe y la oración no solo desde su sabiduría, sino desde la cercanía conocer el mensaje del Evangelio y su profundidad.
Así llegué a las misioneras dominicas, donde a través de ellas observaba que esta Verdad no solo se encontraba en los libros, sino que requería palpar las realidades del mundo y con ellas sus gentes. Era desde la compasión por el herman@ y desde el amor fraterno donde ese estudio y esa necesidad de oración cobraba sentido, y donde Dios se hacía presente. Ese punto de Santo Domingo que nos invita a salir de nuestra tierra para vivir las injusticias del momento y dar voz a aquel que la sociedad en ocasiones excluye. Dar dignidad a cada persona del mundo, sin juicios ni etiquetas.
También llegué a compartir con los más jóvenes de la orden, la MJD, a través de sus Pascuas, lo que era el estudio de la Palabra, la Oración profunda, la preparación, el compromiso social y todo ello desde la alegría del compartir y sin importar la edad. Incluso sin importar el idioma, cuando celebramos los 800 años del nacimiento de Santo Domingo desde Roma entre portugueses, chilenos, guatemaltecos, americanos, españoles… en el compartir encontrábamos la alegría del amor fraterno.
La fuerza de la oración, el estudio y el compartir también las he vivido “de rejas para fuera”, gracias a la preciosa misión de las monjas contemplativas y de clausura que me enseñaron a través de sus ejemplos, la fuerza del espíritu y la compasión.
Vivir en primera persona lo que era sentarme a la mesa junto a misioneras, laicos, dominicos, monjas contemplativas (y yo como joven) desde el compartir y el amor, me hizo sentir que lo que un día un joven Domingo inicio junto a sus monjas y compañeros seguía cobrando sentido hoy después de 800 años, y que esa búsqueda de la Verdad sigue en camino pero siempre desde una mesa compartida.
Belén Rodríguez Román.