El 20 de mayo de 1521, hace 500 años justos, Ignacio de Loyola, soldado al servicio del Rey de España, Carlos I, en la guerra por la unificación española contra la rebelión del reino de Navarra, en el sitio de Pamplona, fue herido de gravedad en una pierna.

El resto es historia conocida. Aquella herida le dejó postrado largos meses y con ello vivió una experiencia de conversión que acabó llevándole a querer ser cada día más un Compañero de Jesús, y a querer que muchos otros se hicieran, como él, de una Compañía de Jesús que le contara al mundo que sólo el Señor Jesús, sólo Dios, sólo la verdad de la que la Iglesia Católica es depositaria y transmisora, es capaz de llenar de sentido la vida del hombre.

Cuentan sus primeros biógrafos que Ignacio se convirtió leyendo vidas de santos -quién sabe si la Leyenda Dorada del dominico Jacobo de la Vorágine- y que le tocó especialmente el corazón la vida de santo Domingo de Guzmán por su entrega a la predicación y su fervor en el contemplar y buscar a Dios, y en llevarlo a los que sufrían la herejía del catarismo. Contemplar y dar lo contemplado.

Las relaciones entre Dominicos y Jesuitas han estado siempre cargada de una carga polémica que si no deja de tener en la historia algo de realidad -dos modos quizás de entender lo católico, dos modos de entender la fe (una a la medieval, otra a la moderna) que donde se mejor se muestra es en la polémica De Auxiliis- en el hoy se llena sobre todo de simpatía y humor. Como eso amigos que se lanzan puyas simpáticas -yo suelo contar la historia que contaban en la Alemania del XIX de cuáles eran los auténticos problemas de su país, diciendo que eran las cuatro jotas- y que se pican y se lanzan dardos de sentido. Pero que sólo ellos se permiten hacerlo, sólo quienes se respetan y se profesan auténtico afecto, ¡que otros no vengan a hacer lo mismo!

El aporte que la Compañía -siempre será para los que le tenemos afecto “la compañía” a secas- ha hecho a la Iglesia y al desarrollo de este mundo es uno de esos tesoros que Ignacio ha de guardar en su corazón con orgullo y presentar al Rey de la Historia con amor. Como toda realidad humana en la historia, habrá tenido sus luces y sus sombras -no somos los dominicos ejemplo de lo contrario en modo alguno- pero en la balanza sin duda pesa muchísimo más lo que han dejado al pueblo de Dios y a la Iglesia como don, que sus posibles traspiés.

En este aniversario de esa herida de la que mana la Compañía, aún una idea más, una riqueza humana que nos deja Ignacio de Loyola: Dios es capaz de sacar de cada ruina, de cada dolor, de cada sufrimiento, de cada experiencia de caída y de herida, inmensos dones… si nos abrimos a su amor y su gracia. Como Ignacio de Loyola.

Vicente Niño Orti, OP. @vicenior