No confiéis en los príncipes o jefes de los pueblos,

seres de polvo que no pueden salvar.

Salmo 45

La polarización política que estamos viviendo no es sana ni buena.

Hay en lo político muchas veces una cierta tendencia a absolutizarse, a ser un discurso globalizador y completo de la existencia, que supone una amenaza para el ser humano.

Por la propia dimensión antropológica de la persona –somos relación, somos sociales, somos con otros, somos para los otros- y por las propias aspiraciones que tenemos – la felicidad, el bien, la justicia, la plenitud- lo político es una clave central de desarrollo del ser humano.

Pero precisamente por eso, tiene una inmensa tentación, que es cifrarlo todo a ella, ponerla en el foco y centro de todo, concederle la capacidad de ser la única artífice de la felicidad de las personas.

Y eso tiene dos problemas inmensos.

Uno, que toda política tiene una peligrosa vocación totalitaria. El poder quiere siempre más poder. Y cederle cada vez más capacidad de decisión sobre nuestras vidas porque la consideramos el camino a la felicidad, por comodidad, por falta de responsabilidad personal, es renunciar a la libertad, a la individualidad y a la autonomía. Cuando la felicidad se cifra en la política, cada vez más parcelas se le conceden. Y eso es un inmenso peligro.

Y Dos, que la política no puede conceder al corazón del hombre lo que éste espera. Las utopías políticas, nos ha enseñado la historia humana, son inalcanzables. Jamás la política podrá lograr colmar la plenitud de la persona. Jamás este mundo será el Reino de Dios.

Lo cual no puede llevarnos a desentendernos de lo real y cotidiano, de la lucha por la justicia o del bien, claro está, pero del mismo modo tendría que llevarnos a ponerlo en su justo término. La política no puede hacer por el hombre lo que éste no haga por sí. La política no puede hacer lo que Dios hace por el hombre.

La política es importante, claro está, pero ni es ni debe ser el discurso dominante para la felicidad de la persona. Los príncipes y jefes de los pueblos no pueden salvar. El polvo no puede salvar. Aunque haya que cuidarlo y mejorarlo en todo lo que se pueda, no debe ser para el cristiano el centro. Solo Dios puede salvar. Solo Dios puede dar la plenitud al hombre.

Vicente Niño Orti. @vicenior