Estos días he oido en una emisora de radio nada religiosa, en boca de varios presentadores y colaboradores que, este año, como ningún otro, estamos “necesitados de Resurrección”. Parece como si la sociedad, después de un año de muertes, virus, mascarillas, cierres perimetrales y toques de queda tuviera falta de una nueva vida, la vida que los y las creyentes llaman resucitada.

En su mensaje “Urbi et orbi” con motivo de la Pascua, el papa Francisco se ha referido a la falta de paz que experimentan millones de hermanos y hermanas nuestras en Palestina, Siria, Libia, Birmania, Haití, Jordania, el Sahel, Nigeria, Irak…; a la paz que necesitan quienes huyen de sus países en busca de otra vida mejor y se ven obligadas a migrar; ha citado a quienes han sufrido la pérdida de un ser querido a causa de la pandemia y a los sanitarios y sanitarias que se han dejado la piel en ese tiempo para salvar vidas…

Salvar vidas no es lo mismo que resucitar, pero se parece mucho. 

Resucitar no es algo reservado al Hijo de Dios y a la otra vida. Es para aquí y para ahora. Nuestra sociedad, después de un año de pandemia está necesitada de nueva vida, de vida verdadera, de Resurrección. Y nuestra misión, desde aquella mañana de Pascua es la misma de María, la de Magdala: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (Mt 28,10.)


Olivia Pérez