Es normal, en estos momentos, que la persona que lea este pequeño escrito piense que está cansada de leer. Y no es porque la actividad de leer le resulte pesada; es, probablemente, porque anda cansada de casi todo o de todo. Y es que llevamos un año entre confinamientos, salidas con toque de queda, quedadas por chat, por zoom, por teams, por jitsi o por la primera plataforma que se le ocurra al amigo o amiga de turno que quiera, en un acto de extrema paciencia, que nos veamos todos y todas aunque sea con un filtro de píxeles que se corta o no, pero que, en cualquier caso, no sustituye (ni de lejos) a la clásica quedada de colegas que hacíamos antes de que este famoso y engorroso virus se extendiese por todo nuestro mundo. Sin embargo, parece que se atisba un posible final del túnel o, al menos eso pensamos, con la llegada de la famosa(s) vacuna(s). Pero ese final parece que no llega nunca…

Y en ese momento de tremendo y profundo hastío, uno, en un alarde de empatía, echa un ojo más allá del triste espacio que ocupa y se da cuenta que, al fin y a la postre, esta pandemia ha puesto, de nuevo, de manifiesto que las diferencias se crecen en la adversidad y en las crisis.

Si pensamos en el mundo educativo, nos damos cuenta que las personas con un poder adquisitivo elevado tienen las suficientes herramientas para formarse a distancia, con un o una profesor o profesora que controla los ejercicios y explica desde casa. Sin embargo, ¿qué ocurre con aquellos/as que no tienen acceso a la red? ¿O con aquellos que no tienen acceso a un ordenador, tablet, teléfono móvil o cualquier dispositivo que permita que le llegue su formación, que en nuestro caso es un derecho? Y esto, desgraciadamente, se ve en cualquier etapa educativa, desde infantil y primaria hasta el mundo universitario pasando por la educación secundaria y el bachillerato. Todos y todas sabemos que sin una formación adecuada los saltos y las desigualdades aumentan de manera casi inevitable. Por tanto, la brecha se hace aún más grande.

Si pensamos en el mundo sanitario, queda demostrado que los países sin recursos entienden que eso de la vacuna ya les llegará cuando demos lo que nos sobre. Morirán muchas personas, pero, ¿no mueren ya por otras muchas enfermedades?

Ahora llega la Pascua, y con ella la reflexión, y el momento de resucitar a una vida nueva. Que no se quede en una frase hecha. Tenemos que cambiar este mundo, generar puentes y mirar hacia el más pobre y necesitado. Solo desde la empatía profunda de sabernos todos hermanos.

Dionisio F. Yáñez, voluntario de Selvas Amazónicas