Como ya he dicho alguna vez en esta página, hay textos del evangelio que no hemos asimilado de manera suficiente, frente a otros que no dejamos de esgrimir, normalmente contra otros y otras. Uno de ellos contiene la frase que titula este artículo y que Jesús dice a la mujer acusada de adulterio: «Yo tampoco te condeno». 

Hace unos días me llegó un artículo en la revista religiosa Vida Nueva en la que su autor, Rafael Narbona describía el acoso al que lo habían sometido más de 500 “haters” fanáticos a través de las redes sociales ¡solo por mencionar en un tuit el sacerdocio femenino! Yo misma, hace unos años, recordando en este espacio las declaraciones del papa Francisco al ser preguntado por su postura frente a las personas que aman a otras de su mismo sexo (“¿Quién soy yo para juzgarlos?, dijo el papa), fui amenazada con una denuncia al obispo de mi diócesis. 

Las redes permiten el anonimato y, muchas veces, personas con vidas normales, trabajos respetables y que, quién sabe, llevan cruces en el cuello, van a misa cada domingo y se confiesan habitualmente, las usan para acusar, amedrentar y violentar a otras personas, simplemente, porque opinan de forma diferente. 

El texto de la mujer adúltera debería leerse más a menudo en nuestras liturgias dominicales. Quizás aprendiéramos que el «yo tampoco te condeno» no es una frase hecha sino un mandato de Jesús para que obremos como él lo hizo. También en redes sociales, pero, sobre todo, toda la vida.


Olivia Pérez