En la vida hay etapas. Yo siempre me la imagino lineal, como un tren con origen y destino donde van subiendo personas, experiencias, lugares y afectos a la vida propia, y también, claro está, bajando.

Hay momentos del trayecto donde compartes viaje con unas personas, que se incorporan a tu vida, a tu misión, de una manera que llena el camino y hace que este sea fabuloso. Y por supuesto, también hay momentos en los que aquellos en quienes una pone sus afectos, se bajan del vagón porque han encontrado otro tren mejor en el que viajar.

En una vida de misión, hay que estar preparado para que los afectos entren, pero también para que salgan. Compartir proyectos, ilusiones, alegrías, esperanzas, disgustos o conflictos, te une a los lugares y a las personas; y moverse o dejarles ir, resulta a veces complicado.

Cuando miro la vida de los misioneros y misioneras, que están años en un lugar, y, siguiendo la voluntad de Dios, cambian de misión, más admiración aún me generan, porque no es fácil deshacer afectos y comenzar de cero. Y los misioneros y misioneras lo hacen. Asumen el dolor de la partida y van allá donde se les necesite siguiendo la voluntad de Dios. Un poco, si se me permite la comparación, como Mary Poppins, que dejaba a los niños Banks en búsqueda de otros que la necesitaban más.

Así, el resto de mortales, vamos haciendo y deshaciendo afectos en el trayecto del tren que se nos ha dado, y buscando la misión donde mejor creemos que pueden desarrollarse nuestros dones, para que no caigan en el borde del camino y puedan dar fruto.

En el trayecto de mi vida, como en el de Selvas Amazónicas, un día se subió Alexia, que regaló a esta entidad unos años maravillosos donde predicar la misión se convirtió en su propia misión generando abundancia de frutos para la entidad y para los que también nos unimos entonces a la misión de Selvas; y ahora que nos deja para volcarse en otro lugar de misión donde, como buena misionera, también generará afectos, proyectos, ilusiones y vínculos, no puedo más que agradecerle públicamente todos estos años que hemos compartido en el mismo tren. Está de Dios que los misioneros cambien de misión. No podía ser de otra forma.

A pesar del dolor de la partida, no he conocido en la vida personas más felices que los misioneros y misioneras, y como tú lo eres, serás feliz también allí donde Dios te lleve, porque Él lo ha soñado para ti, Alexia.

Maite Moreno. Voluntaria de Selvas Amazónicas. Laica Dominica