Hace tan sólo unos pocos días que hemos iniciado el tiempo de Cuaresma, una cuaresma diferente, para un tiempo extraño y diferente. La pandemia nos sigue acompañando y pone de relieve, una vez más, nuestra fragilidad y nuestra hambre de sentido.

Creo que se trata de un tiempo propicio para retornar a las raíces, para distinguir entre lo superfluo y lo esencial de nuestra fe; un tiempo para aligerar el lastre de las costumbres y las inercias, que poco o nada tienen que ver con Jesucristo, con el reino de Dios y con la Iglesia que el soñó.

Y dado que la cuaresma es un tiempo que nos invita a la conversión, es decir, al cambio, creo que es un buen momento para preguntarnos por los ayunos que Dios espera de nosotros hoy. Se me ocurren algunos no sólo posibles, sino urgentes y necesarios.

Ayuno de pompas cultuales y litúrgicas. Retornar al culto de lo cotidiano, de la vida, y a un lenguaje oral y simbólico, sencillo (¡que no simple!) y comprensible, que conecte con lo que realmente le pasa y preocupa a la gente.

Ayuno de leyes y normas que ahogan el Espíritu de Dios. Hay que recordar que el sábado es para liberar al ser humano, no para amargarlo y amarrarlo. Retomar el amor y la ternura, el cuidado y el perdón, la compasión y el compromiso como señas inequívocas de identidad como discípulos.

Ayuno de actitudes, lenguajes y formas propias del clericalismo patriarcal y machista. Recolocarnos desde el profetismo de Jesús de Nazaret. Pasar del centro a las periferias, ubicarnos mental y cordialmente en las periferias de la existencia.

Ayuno de tanta palabrería, de tanta ‘verborrea pseudoreligiosa’, y retornar a la Palabra como fuente de nuestra espiritualidad. No dejar que lo ‘religioso’ ahogue a lo cristiano. Hablar menos, sermonear menos y escuchar más y mejor.

Ayuno de una sacramentalidad ‘endogámica’. Los sacramentos son signos salvíficos de Dios en y para la vida. Dios está en la vida, ¡tan cierto como el aire que respiro! Dios está en el amor y el servicio al prójimo. “¿Entendéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis el maestro y el señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el señor y maestro, os he lavado los pies, también vosotros os los debéis lavar unos a otros”.

Ayuno de seguridades institucionales. Sólo así podemos ser la “Iglesia-Hospital de campaña”, que nos pide el papa Francisco; sólo así seremos creíbles. Y con ello ayuno de poder, de privilegios, de dominio, de imposición, de dogmatismos excluyentes y que estigmatizan. Estamos llamados a ser bálsamo para nuestros hermanos y para nuestro mundo herido.

Ayuno de ‘contemporizar’, de medias verdades (o mentiras); ayuno, también, de buscar ser equidistantes, equilibrados y políticamente correctos. Es la hora (¡ya pasada!) de tomar partido, de mojarnos, de ser voz de los silenciados y excluidos, de salir de nuestro aburguesamiento, de nuestras ‘comunidades estufa’ y zambullirnos en la vida real, aunque duela.

Ricardo Aguadé