Casi treinta años antes de que Virginia Woolf escribiera aquello de que las mujeres escritoras debían disponer de dinero y una habitación propia para poder realizar esta tarea, nuestra escritora española de la época, Emilia Pardo Bazán, doña Emilia decía: «Solo aspiro a gozar de la libertad… no para abusar de ella en cuestiones de amorucos […] sino para interpretarme, para ver de lo que soy capaz, para completar, en lo posible, mi educación, para atesorar experiencia, para…, en fin, para ser algún tiempo y ¡quién sabe hasta cuando! alguien, una persona, un ser humano en el pleno gozo de sí mismo» (Memorias de un solterón, 1896).

La cita la he leído en una exposición de cuadros de Sorolla muy a la moda de la época. De esta época nuestra, se entiende. “Femenino plural”, que se puede ver hasta el 30 de mayo en la sede de la Fundación Bancaixa de València. 

La escritora española reclama no un espacio físico sino un valor, la libertad, para poder sentirse plenamente ella misma, “un ser humano en pleno gozo de sí mismo”. Me han hecho pensar estas palabras porque quizás es a lo que aspiramos todos y todas, hombres y mujeres, a poco que nos paremos a pensar, ¿no?

La idea de ser una misma, de poder desplegarse cada ser humano en todo su potencial está muy ligada a nuestra sociedad actual, tan individualista, tan personalista. Quizás por eso, me llamó tanto la atención encontrarla en una cita de hace más de un siglo. 

En los años en los que la Woolf escribía su texto ya citado (publicado en 1929), en España, Federico García Lorca ponía sobre las tablas su Mariana Pineda (estrenada en 1927) aunque la obra se refiere a una mujer fuerte ejecutada en el garrote vil por oponerse al rey Fernando VII un siglo antes, en los años treinta del XIX. Disculpen el amasijo de fechas y datos.

Hace unas semanas pude ver la obra en el Teatro Principal de València —#CulturaSegura— interpretada maravillosamente por Laia Marull, entre otros y otras. Es una bellísima, aunque triste historia de mujeres, como la mayor parte del teatro de García Lorca. En un momento dado, un personaje dice: “Ella debe dejar esas intrigas. ¿Qué le importan las cosas de la calle? […] Que si el rey no es buen rey, que no lo sea; las mujeres no deben preocuparse». Las mujeres, a su casa y a sus cosas. Ahí deben estar.

Los cuadros de mujeres de Sorolla, muy modernos para sus tiempos muchas veces, acompañados de citas de la Pardo Bazán y otros autores de la época y la obra de Lorca me han hecho pensar, en los últimos días, en cómo han cambiado las vidas de las mujeres en estos dos siglos de existencia. La aparición de las sufragistas primero y del feminismo, años después, y su despliegue, durante todo el siglo XX y lo que va del XXI han puesto el foco de otra forma en nosotras, gracias a Dios y a ellas.

Hay quien dice que el feminismo ya no es necesario. Que las mujeres hemos alcanzado la igualdad total de acceso a derechos de la que disfrutan los hombres y que de qué nos quejamos. Nadie nos manda ya quedarnos en casa calladitas, como a Mariana Pineda, no al menos en nuestras sociedades occidentales. 

Pero, esta semana, por ejemplo, los sindicatos decían que, al ritmo que vamos, necesitaremos más de 40 años para que la igualdad salarial sea real en nuestro país. 

Me encanta una frase de Ángela Y. Davis que he leído en pancartas y camisetas: «Feminismo es esa idea radical de que las mujeres somos personas». Y según el evangelio que aprendí y, en el que creo, TODAS LAS PERSONAS, tienen la misma dignidad.

Olivia Pérez Reyes