No tener nada. No llevar nada. No poder nada. No pedir nada.

Y, de pasada, no matar nada.

Solamente el Evangelio, como una faca afilada.

Y el llanto y la risa en la mirada. Y la mano extendida y apretada.

Y la vida, a caballo dada. Y este sol y estos ríos y esta tierra comprada,

para testigos de la Revolución ya estallada. ¡Y “mais nada”!

Pedro Casaldáliga

Jesús es muy radical, tanto en la proclamación de Dios-Madre como en la urgencia de liberarse de todas las cadenas, en la urgencia de tomarse la vida muy en serio, en la urgencia de ponerse a trabajar por los hijos e hijas que sufren en el mundo… Sin embargo, nuestra cultura, nuestra sociedad, son blandas. Vivimos un seguimiento de Jesús bastante “light”, descafeinado, compatible con comodidades, consumos, prestigio social,…

La urgencia actual sigue siendo que millones de hermanos y hermanas mías se mueren hoy de hambre, sufren necesidad, injusticias, y un largo etcétera. Y la urgencia es que en nosotros no ven el amor y la solidaridad, que no estamos sabiendo dar soluciones a los problemas del mundo.

Me gustaría que nos preguntásemos si alguna vez hemos entrevisto a Jesús como ese abismo entre “lo que es nuestra vida” y “lo que debería ser”. En relación con la solidaridad, Jesús nos invita no sólo a abandonar la orilla y montar en la barca a un viaje sin rumbo conocido, sino a saltar de la barca y caminar sobre las aguas como hizo Pedro. Hay gente que ya lo hace y se atreve a andar sobre las aguas, aunque sea de vez en cuando, y a andar de acá para allá.

Por pura coherencia personal necesitamos buscar una definición clara de donde queremos estar y con quién nos queremos identificar. No se puede querer ayudar al que no tiene sin dejar de tener lo que tengo (o lo que deseo tener). El querer estar en una situación buena y conservarla o mejorarla, es incompatible con ser solidario y abajarse hacía los más necesitados.

El ser solidario implica abandonar nuestra situación de bienestar (o mejorestar) y ver al otro con un sentimiento radical de igualdad. Si al ver a un semejante lo vemos como un superior o un inferior, y le tratamos como tal, algo grave está pasando. Lo primero es amarnos desde la fraternidad y luego ya hacer lo que se pueda desde ese acompañamiento. Por tanto, la clave de la solidaridad es darse desde la igualdad y la interdependencia. Esta te saca de tu sitio, de tu comodidad, de tu casa y de tu tierra, para ir en búsqueda del otro y la otra. Nosotros sabemos dónde están y allí tenemos que ir y no regresar hasta que las cosas cambien.

¿Estamos dispuestos a dejar a un lado nuestros esquemas de hacer solidaridad y buenas obras y todo lo demás para abrirnos a la necesidad de cualquiera que llega a nosotros y llama a nuestra conciencia? “porque cada vez que os topabais con uno de mis pequeños hermanos a mí me encontrabais…”

No debemos seguir esperando a que sean otros quienes tomen las decisiones para poder solucionar la situación de tanta gente que lo está pasando mal. Dios nos pide ser Él en la Tierra, actuar en su nombre y hacer posible una pequeña playa donde todos y todas vivamos felices. El camino auténtico de la solidaridad pasa por la creación, a veces al margen de la sociedad, de pequeñas comunidades auténticas donde pueda vivir cualquier ser humano la sencillez, la fraternidad y la armonía consigo mismo y con los demás.

Hay que desvivirse poco a poco para amar de verdad.

Alexia Gordillo. Selvas Amazónicas