En la antigua tradición de los pueblos de Camerún era muy habitual relatar historias para transmitir aprendizajes, como hacían nuestros antepasados con las fábulas. Hoy quiero contaros la historia de un joven Ewondo, perteneciente a una tribu de la región del centro de Camerún.

“Hubo una vez un niño que siendo muy pequeño perdió a su padre. Poco tiempo después, cuando tan solo llevaba unos meses en el colegio, perdió también a su madre. Por aquel entonces los jóvenes empezaban el colegio un poco más tarde de lo que acostumbramos ahora, por lo que podemos imaginar que nuestro protagonista estaba entrando en la adolescencia. Cuando quedó huérfano, las personas del pueblo decidieron apodarle Ngoló, que significa pena.

Unos meses después, llegó el momento de los exámenes finales y la temida reválida para pasar al ciclo superior, pero Ngoló no obtuvo su aprobado. Sus tíos con los que vivía en el pueblo eran muy humildes y no podían seguir pagándole la escuela, lo que le obligó a abandonar sus estudios.

A pesar de todo esto, Ngoló seguía pensando que las cosas cambiarían y que todo sería mejor para él algún día. Pidió a sus tíos si sabían de alguien que pudiese encargarse de él en la ciudad. Otro tío se ofreció voluntario y le acogió en su casa.

Cuando llegó a Yaoundé, como no tenía trabajo, empezó a ayudar a las mujeres en el mercado de Mvogbi a descargar los sacos que traían del campo para vender. Comenzó a ahorrar algo de dinero y se compró una carretilla, lo que le ayudó a hacer su trabajo más fácilmente, obteniendo así mayor beneficio al final del día. Siguió ahorrando y después de un tiempo, 3 o 4 años, se compró un carro que le facilitaba aún más su tarea. Ngoló pensaba que poco a poco conseguiría mejorar su vida, pero un día, le robaron el carro y decidió que era el momento de dejar el mercado, no merecía la pena.

Empezó a pensar qué podía hacer para ganarse la vida y decidió aprender el oficio de peluquero. Durante un tiempo, con los ahorros que tenía, trabajó como aprendiz. Con el tiempo empezaron a pagarle por su trabajo y pudo comprar el material necesario para realizar el negocio por su cuenta, dejar la casa de su tío y alquilar una habitación. Empezó a hacer clientela fija. Un día, un cliente habitual le dijo que necesitaba un buen barbero para su jefe y Ngoló aceptó el trabajo. Le recogieron en coche y le llevaron a una gran casa donde vivía el hombre de negocios. Cuando Ngoló terminó su trabajo, el hombre de negocios quedó muy impresionado y le solicitó que fuera su peluquero, convirtiéndose en su primer trabajo fijo y bien pagado. Un día, en vez de mandar recoger a Ngoló, el señor pidió que le llevaran a la peluqería. El chofer quiso hacer que cambiara de idea ya que pensaba que no podía ir allí porque era un lugar inadecuado para una gran personalidad, pero tras las insistencia le llevó. Cuando llegaron y vio el pequeño lugar se mostró muy sosprendido: ¿cómo puede ser que mi peluquero trabaje aquí? Todas las personas que estaban allí quisieron empezar a recoger y limpiar todo, pero el señor insisitó que quería que le peinaran ahí mismo.

Cuando Ngoló terminó su trabajo le pidió que fuera a verle al día siguiente. Al día siguiente, ofreción a Ngoló el trabajo que cambió su vida, ser su peluquero y acompañarle allá donde fuera. De esta forma Ngoló no sólo pudo abrir un gran salón de peluquería, sino que además pudo viajar y conocer el mundo.”

En un mundo en el que obtenemos un placer rápido e instantáneo con tan solo hacer un click (un like en instagram, el pedido de amazon prime, la película que me apetece en Netflix, mi comida favorita cuando quiero y donde quiero…) ¿por qué no podemos ser como Ngoló? ¿Por qué no valorar las cosas verdaderamente importantes y admitir que no todo placer o éxito llega de ya para ya? Él nos enseña que cuando eres paciente y perseverante tarde o temprano verás los frutos de tu constancia. No nacemos siendo pacientes sino que debemos aprender a serlo, ¿es que quizá ya no nos están (estamos) enseñando?.

¿Por qué no valorar estas virtudes y cultivarlas? Todo aquello que merece la pena es fruto del esfuerzo y la dedicación y no llegará ni hoy ni mañana, pero tenemos que saber esperar y continuar haciendo las cosas lo mejor que sabemos (y podemos) para llegar a la meta del camino que Dios ha trazado para cada uno de nosotros y nosotras.

Parémonos más, tomemos el tiempo necesario para hacer aquello que merece la pena, aunque cueste, ya que las mejores cosas en la vida crecen del alimento del esfuerzo y la dedicación. No tengamos miedo a que cueste. Si nuestro padres y abuelos hubieran pensado lo mismo… ¿sería hoy el mundo como lo conocemos? ¿acaso estaríamos aquí? No tengamos miedo a que sea difícil, quizá no lo sea, pero lo que sí os garantizo es que merecerá la pena.

Mercedes Lera Ramírez con la colaboración Joseph Marie Edoa Owona, eterno amigo de Ngoló.

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