Cuando pase la pandemia (antes o después pasará; otra cosa es lo que nos deje a su paso) ¿habremos aprendido algo como dominicos, como cristianos?

En muchos sectores eclesiales, por ejemplo, hay una gran preocupación por todo lo referido al culto. ¿Volverá la gente a nuestros templos? ¿Cuántos había hoy en misa de 12:30? Lo cierto es que hace ya algún tiempo antes de la pandemia, lo habitual no era ver iglesias rebosantes.

Cuando pensamos en el culto es como si nos olvidásemos que más allá del culto litúrgico está el culto existencial. Antes que ritos, la fe es vida; antes que celebración litúrgica, la fe es compromiso. Ninguno de nosotros está privado de ofrecer el ‘culto agradable a Dios’, es decir, sumergirnos en la dinámica del reino de Dios y su compromiso.

Por otra parte, la liturgia tiene que ser una experiencia comunitaria. Es el pueblo de Dios que se reúne para encontrarse con el Señor. La comunidad es una mediación de la presencia del Señor (“donde dos o tres se reúnan en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”).  ¿En este tiempo que hemos echado en falta? ¿La comunidad? ¿Los hermanos y hermanas? ¿O lo que hemos echado en falta ha sido el ‘culto’, la costumbre, el ‘cumpli-miento’?

Para el evangelista Marcos, la celebración de la eucaristía acontece en torno a una mesa común en la que se comparte el mismo pan y vino. Y para Juan, es el servicio, el lavarse unos a otros los pies, lo que nos hace discípulos de Cristo.

En general, sigue pendiente la tarea de crear comunidades vivas, comunidades de hermanos que aprenden a quererse entrañablemente, que comparten la fe, la oración, las alegrías y las penas, lo que se es y lo que se tiene; comunidades en las que nadie es extraño ni extranjero, donde todos encuentra cobijo y calor. ¿Acaso hay algo más dominicano, más cristiano que esto?

Para muchos fieles ha sido relativamente fácil pasar de ir a misa a verla en la pantalla. ‘Ver’, ‘escuchar’… ¿Se trata de esto: asistir pasivamente a un acto litúrgico?

Ojalá este tiempo nos sirva para darnos cuenta de lo que es, de lo que ya nunca más será y de lo que debería ser. Ojalá aprovechemos esta oportunidad, este ‘kairós’, tiempo de gracia. Como recientemente declaró el cardenal Mario Grech, que es el nuevo secretario general del Sínodo de los Obispos: “Al escribir sobre la reforma que necesita la Iglesia, Yves Congar afirmó que la actualización deseada por el Concilio debe llegar hasta la invención de una forma de ser, de hablar y de comprometerse que responda a la necesidad de un servicio evangélico total para el mundo. (…) Será un suicidio si, tras la pandemia, volvemos a los mismos modelos pastorales que hemos practicado hasta ahora”. Ojalá.

Ricardo Aguadé