Estos días tengo entre manos Las maravillas, uno de los libros, dicen, mejores de 2020, de la poeta Elena Medel. Se trata de su primera novela publicada, pero cualquiera lo diría. Si pueden, léanla. Además, me ha encantado escuchar a Elena hablar de su libro dos veces, en un programa de Carne Cruda y en uno de los nuevos diálogos #VenYLoVerás de Noticias Obreras. Se los recomiendo también para conocer un poco más a la autora y su mundo.

Lo primero que me llama la atención de Medel es su juventud. La gente que hace cosas y que las hace bien ya es, normalmente, más joven que yo y eso, bueno, al principio rasca un poco. Pero llega un momento en que te acostumbras. Los médicos, las escritoras, quienes construyen casas o puentes, y por supuesto, camareros, cocineras, limpiadoras, cuidadoras… no sé, todos y todas, muchas de ellas, son ya más jóvenes que una. Es solo una constatación. El tiempo pasa. ¡Y mejor que pase!

Por otro lado, me encanta su acento. Elena mantiene un precioso acento cordobés que fue mío algunos años y del que me quedan resquicios, sobre todo cuando me encuentro con mis hermanos y hermanas que han vivido —o viven— en Andalucía más tiempo que yo. En este país nos hemos empeñado, durante mucho tiempo, en hablar con un acento neutro o “de Valladolid” en todos los espacios públicos, especialmente en los medios de comunicación. Y aún hay quien se enfada de que en los medios o en las series, los andaluces hablen andaluz y los gallegos, gallego… Otra cosa es que se contrate actores o actrices que “imitan” mal los acentos o que se escojan siempre según qué acentos para mostrar la falta de cultura o preparación. Esos son varios melones pendientes en los que no me voy a meter por ahora.

De su novela, que no he terminado aún, —porque la estoy intentando saborear para que no se me acabe, no sé si les pasa a ustedes— me gustan muchas cosas, pero sobre todo, la realidad que describe y que, muchas veces, por no decir casi siempre, queda fuera de la literatura de nuestros días. Medel ha escogido un par de mujeres como protagonistas y habla de sus vidas, las de ellas y las de las mujeres y hombres que las rodean: gente normal, en situación de precariedad, que trabaja y trabaja y trabaja, y también, se divierte y sufre y lo pasa mal. Y nos cuenta cómo trabajan. ¡Qué pocas veces explican los libros cómo trabaja la gente, especialmente las mujeres!, ¿no? Parece como si los trabajos de las personas fueran algo circunstancial, que sucede algunos ratos de su vida pero no debe mostrarse.

Me gusta mucho que una novela hable del trabajo y de las personas que trabajan y, fundamentalmente de aquellas a las que el trabajo no les sirve para salir de pobres. Según FOESSA esta situación afecta a casi 2,5 millones de trabajadores y trabajadoras (el 13 por ciento), quienes, a pesar de estar empleados, no logran abandonar situaciones de pobreza relativa. En mi opinión es una gran cosa que una novela, no solo las instituciones o los medios de comunicación visibilicen esta realidad para que no podamos hacer como el levita y el maestro de la ley, que pasaron de largo ante la persona descartada y maltratada al bode del camino.

Olivia Pérez Reyes