Este 2021 lo recibimos con esperanza. No en vano, ya hay varias vacunas en marcha para tratar de detener una pandemia y, si lo conseguimos, será la primera vez en la historia en la que se derrota con tanta premura a un virus.

Pero 2021 dejá atrás un año en el que hemos renunciado a muchas de nuestras libertades por seguridad, salud y miedo, el 2020. El mismo año en que han muerto decenas de miles por una enfermedad, la gran mayoría mayores, les hemos enviado el mensaje de que se piensen si vale la pena seguir viviendo. Eso después de que, en marzo, a muchos se les negara el ingreso hospitalario con la sola razón de su edad.

También ha sido el año en el que, una vez más, hemos fallado a los más jóvenes con la octava ley de educación de nuestra democracia. Sin consenso ni debate y viajando de Guatemala a Guatepeor, cobijada en una falsa dicotomía y maniqueísmo entre un tipo de enseñanza y otro. Muy significativo que esta norma se cargue la enseñanza de ética: total, para qué.

Además, en 2020 hemos contraído una deuda impagable respecto a nuestros trabajadores esenciales: sanitarios, transportistas, reponedores, cajeras, temporeros, trabajadoras del hogar… casualmente ningún CEO ni gurú se cuela en esta lista. Todos ellos siguen en condiciones igual de precarias. Llamativa y significativa la imagen de miles de transportistas atrapados en la frontera entre Francia y Reino Unido, tras materializar del todo, y por fin, el anhelo romántico, nacionalista y populista del Brexit.

Y 2020 ha sido el año en que la mayor maltratada ha sido la verdad. En este punto voy a señalar al gran culpable: nuestro gobierno, el mismo que se ha dedicado al marketing y que se escudaba en supuestos comités de expertos para tomar sus decisiones: comités que decidían sobre la vida y libertades fundamentales de millones, para al final o no existir o ser una broma. Por ponernos un ejemplo, el informe extenso sobre la nueva variante del coronavirus en Reino Unido viene con todos los nombres y apellidos de quienes lo firman. Sin transparencia no hay verdad.

Ha sido el año en que hemos constatado que la muerte es un tabú, y tardamos meses en ver los ataúdes del Palacio de Hielo, viviendo en el mundo de azúcar del resistiré mientras las UCIs colapsaban.

Estos 12 meses la xenofobia ha crecido y muy pocas voces se han alzado contra ella. Hemos convertido Canarias en una nueva Lampedusa y, una vez más, el Gobierno ha hecho todo lo que ha podido para que no lo viéramos. En Navidad, una vez más, reivindicando la celebración de Dios haciéndose hombre y rechazando su encarnación más evidente.

Finalmente, ha sido el año de una destrucción económica sin precedentes, en el que las colas del hambre, que ya existían, se han multiplicado.

Así que feliz año de la Reconquista de todo lo que nos hemos dejado en el camino. Feliz 2021.

Asier S.B.