Ahora que estamos poniendo belenes y decoraciones navideñas en nuestras casas, una buena amiga me envía una bellísima versión de El pequeño tamborilero, el villancico que en España popularizó Raphael, cantado, desde una terraza de Belén, por un árabe, un israelí, un palestino, un italiano y una americana (¿o era al contrario?) Parece un chiste antiguo… Pero, ¿qué más da quiénes sean y de dónde? ¿Acaso no somos todo personas y hermanas? Lo que despertó mi atención fue, más bien, la terraza y las vistas de la ciudad de Belén.

La visualización del vídeo me ha llevado, inmediatamente, a marzo de 2015 y a esa misma ciudad, cuando tuve la oportunidad de visitar algunas ciudades palestinas con un pequeño pero gran equipo de personas de la institución entre quienes estaba su entonces vicepresidente, Jorge Rosell y su esposa y varios responsables de Cooperación de diferentes Cáritas diocesanas de la confederación. 

Fue un viaje intenso, en el que “más que disfrutar, gozamos”, como acuñó Rosell, por la dureza de las situaciones que conocimos y la realidad de las personas con las que nos encontramos: una familia a la que el Gobierno de Israel había derruido su vivienda siete veces; menores de edad encerrados en cárceles por lanzar piedras; familias separadas largos años por un muro que divide el país; trabajadores, trabajadoras y estudiantes que necesitan horas de desplazamiento cada día para recorrer pequeñas distancias hasta el trabajo, el colegio o su huerto; una ciudad palestina sitiada por colonos israelíes; y un largo, larguísimo etcétera lleno de dolor y sufrimiento de más de 80 años.

Regresamos dolidas, tocadas, transformadas, de alguna manera. Y eso que la mayoría de mis compañeros y compañeras de viaje conocían de cerca situaciones tan duras o más a las que encontramos juntos, de sus correrías por el mundo, visitando y apoyando proyectos. 

Belen fue nuestra “casa madre” aquellos días. A ella volvíamos cada noche después de recorrer la Tierra de Jesus y allí reponíamos nuestros cuerpos y, en cierta medida, nuestros corazones, hasta el día siguiente.

El vídeo me ha recordado, especialmente, un paseo tranquilo, quizás uno de los pocos ratos que tuvimos para andar por la ciudad de la Natividad, atravesando, de Oeste a Este, la calle de la Estrella, como los pastores y los magos, hasta alcanzar la iglesia donde se visita, según la tradición, la gruta en la que nació el Niño. Añoro aquel camino reconfortante, lleno de la luz palestina, donde pudimos interiorizar y quizás, intentar comprender y aprehender la Esperanza que hallamos en cada mujer, en cada hombre, en cada niño y niña, los paisanos de Jesús, las piedras vivas de Tierra Santa.

Hoy que terminamos las “Ferias Mayores de Adviento”, los ocho días previos a la Solemnidad de la Natividad, en los que entonamos esas antífonas en la liturgia que lo nombran Oh Sabiduría, Oh Adonai, Oh Raíz de Jesé, Oh Llave de David, Oh Amanecer, Oh Rey de las naciones y Oh Emmanuel. Ojalá dejemos a este Niño que vuelva a nacer otra vez. Este año en que tanto lo necesitamos aquí y en Palestina, en Israel, en EE.UU, en Italia y en todo el mundo.

Olivia Pérez