Si algo me surge cada vez que participo de los encuentros de Selvas Amazónicas, son dudas. Dudas que me motivan a pensar, a no conformarme, a querer un cambio para mí y mi vida, pero también un cambio del entorno en el que vivo. Hace tres años que acudí a mi primer encuentro y puedo decir que sigo saliendo cada fin de semana junto a este maravilloso grupo con la sensación de querer más: buscar ese cambio y no quedarme sentada viendo la vida pasar y lamentándome por aquellas cosas que no me gustan.
Entramos en el último mes del año, de este, como dirán la mayoría, fatídico 2020. Es una costumbre para muchas personas realizar una reflexión, un balance de aquello que hemos realizado durante el año y hacer una lista de propósitos para el año nuevo.
Durante los primeros meses de la pandemia, durante el confinamiento, se habló mucho de cómo se iba a notar ese cambio en la sociedad y que la adversidad nos iba a hacer ser más fuertes y estar más unidos. Lamentablemente, o al menos en el entorno en el que yo me muevo, no he visto un cambio general y positivo, sino que las personas se han vuelto más egoístas buscando sólo su propio beneficio sin pensar en los que tienen al lado.
Hay dos frases de los encuentros que resuenan en mi cabeza al escribir estas palabras. La primera, la escuché en mi primer encuentro: “tu misión comienza en la habitación de al lado”, la segunda la compartió la compañera Carmen Calama al explicar la oración desde el carisma dominico en el 2º encuentro de este curso: “encontrar una respuesta en el diálogo con Dios, no para mí, sino para poner la mirada en el otro”.
Hoy, me gustaría invitar a todas las personas que lean esto a hacer esa reflexión de fin de año, centrada no solamente en qué propósitos quiero conseguir yo y cuál es mi balance de este 2020, sino poniendo nuestra atención en lo que hay más allá de mí misma, en las otras personas, y pensar cómo enfocar esa vida de misión, proponernos objetivos que vayan más allá de lo que yo quiero y que incluyan a la comunidad, sintiéndonos una parte de un todo y valorando el regalo más preciado que nos ha dado Dios: el tiempo y con quién compartirlo.
Mercedes Lera Ramírez, Voluntaria de Selvas Amazónicas