“Alegraos en el Señor siempre; lo repito: alegraos. Que vuestra bondad sea notoria a todos los hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna…”. Flp 4, 4-6.

Vivimos un tiempo de tristezas y de soledades. De un día para otro, aquello que les pasaba siempre a otros, en otros lugares que no eran nuestro ‘primer mundo’, se ha colado en nuestras vidas, en nuestras ciudades y en nuestros hogares. Hasta ahora siempre eran ‘los otros’, los millones de seres humanos que eran golpeados por las pandemias, el hambre, la falta de medicinas y las guerras. Sabíamos que estaba sucediendo, lo veíamos a través de las pantallas, lo leíamos en la prensa e incluso, lo buscábamos paliar colaborando con “oenegés”. Pero no dejaba de ser algo que les pasaba a ‘ellos’. Y de pronto también nosotros estamos todos en medio de la misma tormenta, aunque nosotros navegamos en un trasatlántico y ellos en una patera.

Estamos sufriendo en nuestras propias carnes, el miedo, la soledad y el desconcierto. Y está arraigando una honda tristeza que todo lo impregna.

Según un estudio reciente de la Universidad Pontificia de Comillas, a medida que avanza la pandemia, avanza la soledad, el aislamiento y la tristeza, especialmente entre los adolescentes y jóvenes.

Llegados a este punto, creo que la mayoría de nosotros, sino todos, quisiéramos borrar este año de nuestros calendarios, igual que quisiéramos arrancar la tristeza de nuestras vidas. Pero se impone la certeza de que a este año le seguirá otro muy semejante (esperemos que no peor) y que la tristeza anidará en nuestras ciudades, en nuestros hogares y en nuestras almas por bastante tiempo. Se avecina una triste navidad y preocupa que esto se traduzca en una caída del consumo, en unas fechas en las que por decreto ley se proclama la ‘felicidad’ y el derroche. La navidad de El Corte Inglés, suele ser un tiempo en el que los tristes y solos, siempre están más tristes y solos.

¿Qué sentido tiene, entonces, la exhortación de Pablo a los filipenses: “lo repito: alegraos”? ¿Se puede estar/ser alegre en un tiempo de tanta desdicha? ¿De dónde nos puede nacer esa alegría de la que nos habla el apóstol, esa alegría tan urgente y necesaria para un tiempo de tristezas? ¿Y cómo habría de ser esa alegría para que no ofenda, sino que ponga en pie a los que sufren, a los solos, a los desahuciados y desheredados, a los empobrecidos y a los enfermos?

Continúa diciendo Pablo: “Que vuestra bondad sea notoria a todos los hombres”. Es posible que ahí esté el secreto. La alegría verdadera ha nacer de la bondad, del que es bondad en estado puro: Jesucristo. Aunque estemos rotos por dentro, con el alma desencuadernada y todo parezca empujarnos a rendirnos, Él te hacer seguir creyendo y esperando y amando.

Porque la verdadera alegría es ‘bondad en acción’, bondad solidaria, comprometida y transformadora, bondad fuerte y tierna, bondad lágrima y bondad abrazo.

Hay personas que transparentan esta bondad, que la contagian con sus hechos y palabras. Son personas que cada día nos dicen: ‘lo repito: alegraos’, pero que vuestra alegría sea una alegría “de pobre”, una alegría no poseída, sino compartida.

Es por gentes así y por el Dios en el que creen, que no nos vence el temor ni la tristeza. Porque es verdad que el Señor está cerca y no debemos inquietarnos. Dios nos sale al encuentro en la alegría y tristezas compartidas.

Para S., que nos contagia la alegría y la bondad de Dios.

Ricardo Aguadé. @RicAguade