Ya está aquí la esperanza que nos va a dar luz y titulares los próximos meses. La vacuna ya es una realidad, parece ser, y todas nuestras oscuridades y penas van a dar paso a una nueva realidad positiva. 

La verdad es que esta semana, a pesar de seguir sumando muertos y personas contagiadas por la COVID-19 ha empezado de otra forma, cuando una farmacéutica de nombre impronunciable nos anunció que su vacuna tenía porcentajes muy elevados de protección frente a la enfermedad. 

Ojalá sea cierto y la esperanza se transforme en realidad. Sabemos, por Pablo, que la esperanza es aguardar con paciencia algo que no se ve. 

No quiero ser agorera y ver solo lo negativo de la vacuna, aunque las dificultades en la producción y distribución a más de siete mil millones de personas en el mundo no nos permiten ser demasiado optimistas. Después está el asunto de las farmacéuticas y cómo van a aprovechar este momento para enriquecerse y hacerse más fuertes en estos momentos de necesidad, sin acordarse de qué parte del dinero para la investigación les ha llegado a través de fondos públicos que han ido aportando los Estados a la investigación.

Me ha dado mucha alegría que una de las empresas involucradas estuviera formada por una pareja de investigadores turcos afincados en Alemania. No sé si quienes se manifiestan tan negativamente contra las personas migrantes van a renunciar a la vacuna de marras que se ha creado con tanto esfuerzo de dos de ellas.

Ojalá que de esta nos demos cuenta de que la investigación es necesaria más que nunca y no sigamos posponiendo lo importante en favor de lo urgente o, tantas veces, lo supérfluo. 

Y una cosa más. Está bien que depositemos nuestra esperanza en una vacuna, pero… quizás nos convendría apoyarnos en realidades algo más profundas y menos cambiantes. Es posible que una esperanza depositada en “lo que no pasa” sea más duradera y eficaz. Si es que en esto de la fe fuera importante eso de “ser eficaz”.

Olivia Pérez Reyes