Qué difícil es esto del confinamiento, la pandemia, los hospitales, la saturación del personal sanitario. Esta situación, además, se agrava cuando personas cercanas y queridas se marchan de forma repentina y sin poderles dar un adiós como se merecen. Entre estas personas que nos han dejado casi sin avisar, sin armar ruido, en un silencio profundo esta una hermana dominica de vida contemplativa, la hermana Milagros que me inspira en este texto. Ella era una de esas personas que hacen honor a su nombre. Más de uno se le tenía que atribuir; por ejemplo, sin ir más lejos, dar de comer a 40 jóvenes con lo poco o nada que había en una casa de hermanas contemplativas.

             Y es que, en la vida rápida, de internet, de la superficialidad, de las cosas que duran poco y de los sentimientos que duran menos, la vida contemplativa es algo difícil de entender. Toda una vida rezando, ¿para qué? Pero tan solo había que acercarse al convento de las dominicas en Albarracín para darse cuenta que la presencia de aquellas hermanas cambiaba la vida de mucha gente. Que fue capaz de aconsejar y caminar junto a muchos desde su hogar y que desde la profunda oración fue capaz de revolucionar la vida de sus paisanos cercanos y probablemente lejanos.

             Milagros era feliz, o por lo menos eso sentíamos los que la conocíamos, y ¿dónde estaba el secreto de su felicidad? Probablemente en su entrega a los demás, en su desprendimiento, no solo de lo material sino también de lo personal para buscar en los demás algo más interno y satisfactorio que una simple sonrisa.

             Darse a los demás, un concepto manido, pero a la vez perdido que quizás, en estos momentos cobre más sentido que nunca pero que menos se practica. No estamos aquí para eso, pero ¿para qué estamos? Hemos perdido el rumbo y la razón de nuestra existencia y lo más preocupante, el sentido de la misma. Nos hemos olvidado de nuestros hermanos, nos hemos alejado de Dios, e inevitablemente de nosotros mismos.  Nos hemos hecho a este mundo superficial o, mejor dicho, este mundo se ha apoderado de nosotros.

             Quizás ha llegado el momento de volver la mirada atrás, de mirar más allá de nuestro humilde hogar confinado. Mirar al prójimo cercano y lejano, desprendernos y dar todo al otro. Quizás ha llegado el momento de evaluar nuestra vida, de dar gracias infinitas por todo lo que tenemos y de emprender el camino para darse a los demás. Quizás ha llegado el momento de ser un poco más Milagros.

Dioni Yáñez, Voluntario de Selvas Amazónicas