Muchos de vosotros conocéreis el pais de Narnia por las películas de vuestra infancia, El león, la bruja y el armario;  algunos menos, tal vez,  habéis leído la serie completa de los libros. Lo que ocurre en Narnia, con las diversas actitudes de sus protagonistas, la simbología de fondo, el horizonte de un mundo oscuro e incomprensible me parece una metáfora perfecta para estos tiempos de pandemia interminable.

La lucha que los jóvenes  protagonistas entablan para salvar un pais embrutecido, el proceso interior que cada uno va realizando a medida que se presentan retos y dificultades, la voluntad de ayuda y diálogo entre los hermanos, nos pueden dar algunas lecciones de lucidez, paciencia y ternura. Habrá que recordar que C. S. Lewis (1898 – 1963) ubicó esta  saga – redactada a lo largo de varios años- , en tiempo de guerra y resistencia, cuando muchos niños de Londres eran enviados a distintos lugares de confinamiento en el campo para ponerlos a salvo de los bombardeos.

Los niños de esta historia acceden al mundo mágico de Narnia desde un armario, rompiendo la rutina y el aburrimiento en el que se encuentran en el viejo caserón que los alberga.

Mientras el mundo de fuera  se desangra en el conflicto bélico, desde su encierro ellos han de sufrir todo un proceso de maduración y sumergirse  en un ámbito más profundo,  de significado espiritual. Sus decisiones son cruciales, pues los transforman personalmente a la vez que los comprometen en la salvación de Narnia, un mundo congelado, de perpetuo invierno, donde no existe la Navidad.

Narnia no es meramente una historia de fantasía, tampoco sólo una fábula moral. En su composición C. S. Lewis fue utilizando diversos recursos de  la mitología y la religion para configurar un mensaje de profundo calado cristiano. La figura central,  el león Aslan,  es un trasunto de Cristo (el león de Judá), y el eje de gravitación de toda la epopeya versa sobre la vida, la muerte y la resurrección, es decir, la historia de la salvación.

Estos días de confinamientos, perímetros que nos cercan, ciudades que apagan temprano el bullicio;  estos tiempos de mascarillas, distancias y contactos limitados, acceso restringido a parques infantiles, jardines o paseos,  estas horas largas y confusas de restricciones que llegan a distorsionar  dramáticamente nuestra vivencia del tiempo,  me hacen pensar en Narnia. Nos envuelve el temor al contagio, la inquietud por las cifras, los bulos, las teorías conspiranoicas…

Y, a pesar de todo,  se nos invita a  permancer firmes, apostar por una humanidad solidaria y compasiva. Se impone  el aprendizaje necesario del silencio, la prueba de la perseverancia, la fe en el sentido de la vida y de la muerte. La amenaza de la no-navidad se cierne sobre nosotros,  como un fantasma sin rostro, sin compras, sin festines, sin encuentros, sin desplazamientos. Los temores superficiales velan  tal vez nuestros miedos más profundos. Todo un programa de austeridad y renuncia.  Quizá ha llegado el momento de plantearnos el verdadero sentido de la navidad, el nacimiento de un niño que irrumpe en medio del  destierro y el rechazo, puertas cerradas y corazones atrnacados, pues no había sitio en la posada.

Los niños de Narnia vuelven a nacer a la fe desde el oscuro confinamiento al otro lado del armario. La justicia, la benevolencia, la valentía, la magnificencia son para cada uno de ellos, el verdadero rostro de sí mismos que han de descubrir. Pero antes pasarán por el miedo, la traición, el sacrificio, hasta que el soplo de Aslan  devuelva la vida a un mundo petrificado, en el que ellos llevan a cabo su travesía y su compromiso.

Sagrario Rollán. Voluntaria de Selvas Amazónicas