¡Hola!

Ya estamos por aquí de nuevo.

En estos meses que no hemos compartido en este blog lo que vemos y lo que vivimos el mundo ha cambiado bastante. Les animo a que hagan el ejercicio, —si no lo han hecho ya— de colocarse en un lugar amplio de una acera o en una plaza durante un rato a observar a las personas que pasan. Por un lado está esa gran variedad de mascarillas, la multitud de tejidos, estampados, modalidades —¿ya distinguen entre las sanitarias, quirúrgicas, ffp2 o cómo se llamen y demás?, porque yo no lo he conseguido…—, con bandera o sin bandera, etcétera, etcétera, etcétera.

Por otro estamos a nada, o quizás a más —ya saben que el sistema electoral en EE.UU. es bastante diferente al nuestro y las cosas pueden tardar en saberse si la diferencia en votos esta noche no es definitiva— de saber quién va a gobernar el mundo a partir de enero. Sí, los y las estadounidenses eligen hoy, aunque llevan votando por correo ya bastantes semanas, a quien dirigirá los destinos del mundo en los próximos cuatro años. Si de algo nos hemos dado cuenta con Trump en la presidencia, es que quién manda en aquel país tiene poder no solo allí sino también en el resto del mundo y también, por supuesto, en nuestro país, que ha temblado, varias veces en este periodo anterior cuando “el inquilino de La Casa Blanca” se levantaba con el morro torcido y subía los aranceles a los productos españoles, por ejemplo. Y es que Washington no está tan lejos como nos parecía…

En verano creíamos que la pandemia se acabaría pronto, no sabíamos bien cómo iba a ser la segunda ola y pensábamos que la vacuna estaría aquí a finales de este año o principios del próximo. Sin embargo, ya estamos en noviembre inmersas en una segunda o tercera ola, que cada día marca récords en número de personas infectadas con el virus y que en nuestro país sigue matando a más de doscientas personas al día.

En nuestras costas, ahora que nosotras no la disfrutamos tanto, se sigue dando la otra pandemia, la de la llegada de personas que buscan una vida mejor en nuestra tierra. A cambio, muchas de ellas encuentran muerte —cuántos mueren y cuántos ni sabemos—; maltrato, también nuestra policía y fiscalía separa a madres y padres de hijos pequeños, también las internamos en carceles para gente que no ha cometido delitos y las devolvemos sin garantías jurídicas a sus países; y estamos construyendo un muro más alto —como el de Palestina o como el de Trump, que inició Clinton, porque todos los muros se parecen— porque se ve que la vaya con concertinas que cortaban y herían nos empezaba a dar algo de vergüecita—.

El mundo ha cambiado mucho y cambia cada día, a una velocidad de vértigo. La historia no se repite, pero como dijo alguien, “rima” —no sé quién, la verdad, aunque me encantaría saberlo—.

Parece que vamos hacia un confinamiento similar al de la primavera pasada que esta vez, afectará a nuestra Navidad. Pero las marcas de colonia y los centros comerciales ya están desplegando todos sus medios para esta campaña y, en ese que ustedes están pensando, ya reparten el “catalogo de juguetes” que es una herramienta de tortura —porque hay que escoger y “no se puede tener todo, Juanita, que hay muchos niños que no tienen nada”—y de extensión de prejuicios y roles de género que llega a las casas de

los niños y niñas para perpetuar todas esas cosas, además del consumismo y otras bondades.

¿Estaremos cambiando nosotras, las personas, también a ese ritmo frenético y casi sin darnos cuenta? ¿Será bueno que cambiemos de veras, desde lo profundo? Ahora que se acerca el Adviento para las personas creyentes, ¿no estaría bien revisar en qué se nos está pidiendo cambiar y cómo podemos hacerlo para estar a la altura de las circunstancias?

Olivia Pérez @Olivia_Prez_