Hay días en que me siento profundamente gay, lo confieso. Otros, en cambio, me siento profundamente mujer negra, moro o subsahariano; algunos días me siento muy gitano. Y la mayoría de los días, me siento simplemente diferente, raro, extraño, diverso; creo que es frecuente entre los seguidores de Jesús de Nazaret. Así, pues, no es que padezca (o al menos eso creo) un trastorno de personalidad múltiple, no. Es por reacción y empatía; y, sobre todo, por un ataque agudo de ‘Evangelio’.
Mientras que entre nuestro episcopado algunos pastores condenan a los homosexuales al infierno y los demás callan, el nuevo presidente de la Conferencia Espiscopal Austriaca, el franciscano Franz Lauckner, que sustituye a nuestro hermano dominico, Christoph Schönborn, se ha mostrado en varias ocasiones propicio al debate sobre la bendición de las parejas homosexuales. De hecho, la Archidiócesis de Salzburgo de la que es obispo, acaba de publicar un libro que lleva por título La bendición de las parejas del mismo sexo.
Espero que llegue un día en que un adolescente o joven podrá decir “soy gay” o “soy lesbiana” sin miedo a ser objeto de violencia física y psicológica y sin verse condenado al fuego eterno del infierno. Quizás, entonces, los intentos de suicidio entre los adolescentes y jóvenes LGBTI dejarán de ser cinco veces más numerosos que entre los jóvenes en general.
Quiero creer y creo, que llegará un día en que la orientación sexual de un ser humano no menoscabe su dignidad como persona. Llegará ese día en que ser gay o heterosexual, payo o gitano, blanco o negro, hombre y mujer sólo será una maravillosa muestra de la belleza, diversa y plural, del amor de Dios. Ya lo apuntaba San Pablo, creo. Y es que no se puede creer en un Dios que es amor y, al mismo tiempo, condenar a una parte de la humanidad por sus formas de amar.
Cuando llegue ese día anhelado, celebraremos el orgullo de ser diversamente humanos, profundamente humanos, divinamente humanos.
El Dios de Jesucristo ha dejado su huella en las variadas y multiformes manifestaciones de la naturaleza, también en todas las manifestaciones diferentes de la sexualidad humana y no sólo en algunas.
Gracias, lo triste de este mundo, son esas etiquetas.
Que poco hemos vivido, para tener que poner etiquetas.
Yo quiero ser recaudador de impuestos de Roma, en Judea, adultera en Galilea.
Lo que nunca sere, es un FARISEO.
Muy valiente este artículo. Totalmente de acuerdo.
El Dios del Amor es un Dios incluyente.
Yo creo que los seres humanos somos los que complicamos todas las cosas.
Gracias.
Yo, ultimamente, unos dias me siento recaudador de impuestos de Roma en Judea y otros adultera en Galilea.
Lo que nunca me sentire, es Fariseo en Jerusalen.