Hoy voy a partir de la filosofía. Cuenta una anécdota que tiene pinta de apócrifa, que cuando Hegel presentó su teoría sobre la dialéctica en la Historia, alguien le preguntó: “¿Pero no ve que su teoría no se adapta a la historia?”. A lo que el filósofo respondió: “¡Pues más le vale a la Historia adaptarse a mi teoría!”. ¿Pero qué tiene que ver Hegel con nosotros? Él, por sí solo, poco. Pero fue su pensamiento la base del materialismo dialéctico, el de Marx.  

El ideólogo del comunismo defendía dos clases, oprimidos y opresores, según la propiedad de los medios de producción. Y absolutamente toda la historia se podía leer a través de ese prisma. Como muchos otros grandes pensadores, cometió el error de absolutizar su pensamiento: pensar que el descubrimiento que habían hecho significaba para entender toda la realidad.  

Este pensamiento es muy tentador. Si dividimos el mundo entre opresores y oprimidos, enseguida tenemos quiénes son los buenos y quiénes los malos. La responsabilidad individual se diluye, y nos empeñamos en cambiar las estructuras. Sin ser del todo conscientes, este es el imaginario que se ha impuesto en la mayor parte de ideologías que luchan por la justicia social. Racistas y antirracistas, Fascistas y antifascistas, feministas y machistas, heterosexuales y no heterosexuales, etc.  

Entonces, como se tiene que ser o de un bando o de otro bando, automáticamente te asignan uno: da igual que no te identifiques, Twitter te puede juzgar por 10 palabras sin contexto. Los oprimidos siempre son los buenos, independientemente de lo que hagan, porque lo hacen por un bien mayor. Y además tenemos que pagar una deuda con al historia por el método de ‘compensar’ una injusticia con otra, ‘hasta que se igualen las cosas y no sean necesario’.  

En este punto, lo rentable es apelar a las emociones y al victimismo. Cuantos más ‘bandos oprimidos’ pueda sumar uno, más se valora su activismo. Da igual si es buena o mala persona. 

El problema de todo esto es que no se puede estar críticamente en un bando, porque se ve como seña de debilidad. Más aún, como una persona apestada porque se le acusa de quintacolumnista (aunque con otras palabras).  

Me preocupa cómo tanta gente se apunta a comprar esta interpretación de la realidad, porque  la dialéctica de Hegel solo lleva al conflicto, no hay otra  manera de solucionarlo: tesis+antítesis, que después de chocar crean una síntesis. Y así hasta el infinito porque alguien te promete que esta lucha es la última, la de verdad, y ya han sido demasiadas ‘últimas luchas’. 

Asier Solana