Desde mi nuevo espacio de normalidad, aún teletrabajando, al menos por los meses de verano, recibo noticias de lo que empieza a ser este nuevo tiempo para quienes me rodean. Como decíamos hace unos días, las cosas no han cambiado tanto y el mundo que nos esperaba ahí fuera, más allá de nuestro lugar de confinamiento, se parece demasiado al que dejamos allá por marzo.

En la tarde de la noche de San Juan, Sara nos manda un audio en el que nos habla desde su segundo confinamiento, este debido a que el tratamiento contra el cáncer la mantiene con las defensas bajas y por tanto, aislada de nuevo del mundo. También Miriam está haciendo un trayecto parecido, que se inició antes de la pandemia, cuando la operaron de un tumor en el pecho y la consiguiente quimioterapia y radioterapia que le están dando. No son las únicas en mi entorno que, en la nueva normalidad, caminan por este sendero entre la enfermedad y la salud (no luchan, no pelean, no batallan, sino que caminan, avanzan, están en proceso, y así vamos sustituyendo las expresiones bélicas que tan de moda se han puesto últimamente).

Pilar se ha reincorporado a su trabajo tras un ERTE. Un trabajo duro, muy duro, como cocinera, aunque casi igual de duro fue pasar estos meses en casa sin ingresos para sacar adelante a su familia. Su compañera, la otra cocinera, ha tenido que pedir una baja por las largas horas de esfuerzo y Pilar está doblando turnos, mientras su cuerpo aguante. A Mariano lo han despedido después de trabajar tres días para “sacar faena atrasada” donde le habían asegurado que lo contrataban cuatro meses y Montse está en proceso de defenderse de la empresa de la que la han despedido injustamente después de 15 intensos años de dedicación y trabajo. La “nueva normalidad”, como suponíamos, no nos ha traído justicia y derechos para todas. Estos son solo unos poco ejemplos pero seguro que, a poco que escarben en su alrededor, encontrarán otros casos parecidos. Espero que no demasiado cerca de ustedes.

Pero el nuevo tiempo también nos ha traído buenas notas, nuevos contratos, nacimientos de bebés o de nuevas parejas, mudanzas, reencuentros, algunas decisiones de cambio de vida y celebraciones de pequeñas alegrias que, tras la enfermedad y tanta muerte, han adquirido una importancia crucial.

La “nueva normalidad” era esto. Una suerte de antigua normalidad pero con mascarilla. 

Olivia Pérez Reyes