El sínodo de la Iglesia católica alemana de nuevo le ha ‘dado vueltas’ a la ordenación ministerial de la mujer. El obispo de la diócesis de Essen, por ejemplo, considera que admitir la ordenación de hombres casados sería el primer paso para el sacerdocio femenino. “Personalmente ya puedo imaginar a mujeres sacerdotisas”, dijo Franz-Josef Overbeck, en una entrevista al diario Westdeutsche Allgemaine Zeitung.

Lo cierto es que a muchos católicos no sólo no nos cuesta imaginar a mujeres en el ministerio sacerdotal, sino que lo creemos necesario y urgente, y con ello, la presencia de la mujer en todos los estamentos eclesiales, en igualdad con los varones.

“¿Acaso se puede vincular el acceso al sacerdocio por un cromosoma Y, estableciendo desde ahí la voluntad de Jesús?”, se pregunta el obispo teutón. Y no es este un sentir aislado entre los obispos alemanes y, sobre todo, no lo es entre los laicos católicos, que vienen reclamando desde hace mucho una evolución en temas como el sacerdocio de los varones casado, el sacerdocio de la mujer y su lugar en la Iglesia, la postura ante los cristianos homosexuales y lesbianas, el divorcio, etc. De hecho, hay una significativa fractura entre el sentir de los laicos y una buena parte del episcopado alemán por un lado, y las posturas oficiales de la Iglesia.

“Los que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo, de modo que no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos son uno en Cristo”, nos dice San Pablo en la Carta a los Gálatas (3, 27-29).

Creo que muchos laicos, sacerdotes, religiosos y obispos vienen reclamando desde el Concilio Vaticano II un nuevo modelo de Iglesia que integre a la mujer en sus estructuras y no que la excluya sistemáticamente. De ese anhelo, de esa urgente necesidad, nació una manera diferente de hacer teología, una nueva manera de ser Iglesia, una nueva manera de interpretar la Biblia y una nueva manera de celebrar la liturgia al margen del encorsetamiento que impone la ley. Pero este soplo de aire fresco y renovador del concilio ha encontrado muchos, demasiados obstáculos, sobre todo entre las posturas clericales recalcitrantes. La misma resistencia con la que también está chocando el papa Francisco.

La Iglesia católica es la institución religiosa más antigua y poderosa, donde toda su estructura jerárquica son exclusivamente varones. El Papa en Roma, el obispo en su diócesis y el párroco en su parroquia, son todo varones constituidos en el poder sagrado masculino por excelencia.

La Iglesia necesita urgentemente que la mujer forme parte de la estructura ministerial de la Iglesia y que pueda estar presente, en igualdad de derechos y deberes con los varones, y sen todos los ámbitos y estamentos.

“Os recomiendo a Febe, nuestra hermana, que es diaconisa de la iglesia de Cencreas, paraque la recibáis bien en nombre del Señor, como se debe hacer entre los creyentes, y la ayudéis en todo lo que necesite, porque también ella ha ayudado a muchos, y en particular a mí.

Saludad a Prisca y a Áquila, mis colaboradores en la obra de Cristo Jesús, los cuales, por salvarme a mí se jugaron la vida… Saludad a Trifena y Trifosa que se han fatigado en el servicio del Señor… Saludad a la querida Pérsida, que tanto ha trabajado en la obra del Señor…” (Rm 16, 1-12).

Pablo escribe su carta a los romanos desde Corintio, rumbo a Roma, pasando por Jerusalén. Pablo escribe a los que han trabajado con él y que posiblemente ya están en Roma. También recomienda a la diaconisa Febe que es la que lleva la carta a Roma. Entre los colaboradores de Pablo hay seis mujeres, todas con un carisma ministerial. Pablo se refiere a ellas como “colaboradoras”, “Ilustres entre los apóstoles”, “Que se han afanado y fatigado sirviendo al Señor”.

Ricardo Aguadé, OP