“Lobo y cordero pacerán a una”. Parece que los guionistas de Beastars se hubieran leído la Biblia. Lo dudo, pues se trata de una serie anime, y en Japón el cristianismo no está especialmente extendido.

La serie tiene un argumento tan universal como muchas otras: un amor imposible, en este caso entre un lobo y una coneja. El mundo fantástico que nos presenta Beastars es de animales antropomorfos que conviven sin demasiados problemas, desde ratones hasta leones. Los carnívoros hacen el esfuerzo de comer leche de soja y ensaladas, para poder seguir con la convivencia.

Más allá de la utopía vegetariana (que no vegana, porque uno de los secundarios es una gallina ponedora que deja claro que sus huevos tienen que ser los más ricos), lo importante de esta serie, de su mundo y de su historia, es que pone de relieve la pregunta por el bien y el mal. Porque lo que es muy bueno para el lobo… para un conejo no siempre es lo mejor: especialmente cuando se trata de comer, que es algo esencial para vivir.

Y por eso Isaías soñó lo mismo que los guionistas de esta serie. Un mundo donde mi bien no implique tu mal. ¿Dónde está ese mundo? No en el mundo, no en este, sino en otro. Nuestra Casa Común es muy buena, por supuesto. Pero es limitada y al final reina la muerte y para que yo tenga mis proteínas tengo que ‘destruir’ parte de la Creación, integrando todo en el ‘ciclo d la vida’, ese ‘ciclo sin fin’ que no es solo de la vida, sino también de la muerte.

A veces un mal es causado, en la naturaleza, por algo que ni siquiera es un bien para las fuerzas que lo desencadenan. Pensemos en un tornado o un terremoto o un tsunami. A las placas tectónicas poco les importa moverse un poco, a una escala tan insignificante para ellas que, sin embargo, extermina ciudades enteras de un plumazo.

A un virus poco le importa el ser humano, más allá de seguir su ciclo de esa cosa que ni siquiera está viva del todo, pero que se reproduce y salta de uno a otro. Más aún, seguramente no le interese demasiado matar a su portador, por eso de poder saltar hacia otro. Y, sin embargo, ahí está.

El mal no lo vamos a poder eliminar de este mundo, como un lobo siempre querrá comer un conejo. Sin embargo, nosotros, humanos, tenemos la capacidad de establecer pequeños dominios a nuestro instinto para mejorar nuestra naturalea: para, en cierto modo, acercarla a Dios.

Asier Solana