La semana pasada murió el periodista José María Calleja por la COVID-19. Sí, ya sé que, por desgracia, han muerto muchísimas más personas, demasiadas…

Traigo aquí al periodista, escritor y profesor porque, según contaron sus compañeros de la radio el día de su fallecimiento, una de las últimas cosas que dijo, ya enfermo por la maldita pandemia que se ha llevado ya a tanta gente en este mundo, fue un reconocimiento a los trabajadores y trabajadoras.

Si de algo me siento orgullosa en estos días es de la forma de actuar de miles de personas en este país que, desde su trabajo diario, desde su responsabilidad cotidiana, se han puesto manos a la obra para sacarnos adelante. No son héroes, no. Son personas trabajadoras: personal sanitario en general (médicos y médicas, enfermeros y enfermeras, auxiliares, celadores…); gentes que trabajan en los mercados y supermercados, reponedores, repartidores, transportistas, conductores de autobuses, trabajadores de la limpieza, de edificios y de ciudades, y un largo, larguísimo etcétera.

Cada uno y cada una han seguido desarrollando, en las semanas del confinamiento, su trabajo permitiendo que el mundo siguiera girando de forma más o menos “cotidiana” y consiguiendo que los demás fuéramos atendidos en los hospitales, encontráramos la comida en las estanterías de las tiendas y que nuestras calles, aunque las hayamos pisado poco, siguieran limpias.

Esta semana, que celebraremos un primero de Mayo, Día Internacional de los Trabajadores y Trabajadoras atípico, como todo lo demás en los últimos tiempos, creo que nuestro reconocimiento y nuestro aplauso debe ser para las personas que siguen trabajando cada día porque sí, porque es su responsabilidad, porque es lo que tienen que hacer. Sin esperar nuestros aplausos, sin necesitar que los consideremos héroes y heroínas.

Y no estaría de más que cuando todo esto pase y regresemos a esa “nueva normalidad” de la que tanto se nos habla, fuéramos un poco más conscientes de que sin esas personas que hacen su trabajo cada día, el mundo, se pararía sin remedio. Y que desde ya nos impliquemos, cada vez más, en reclamar condiciones de trabajo más dignas y decentes para las personas trabajadoras, especialmente para las que cada día soportan condiciones de precariedad y para quienes nos cuidan y cuidan de nuestros mayores, de nuestros hijos e hijas y del planeta.

Olivia Pérez