Muchas imágenes nos están dejando estos días de confinamiento. Días de guantes, mascarillas y demás precauciones fruto de la situación que estamos viviendo y sintiendo. Imágenes que hablan por sí solas, imágenes que nos hacen pensar, imágenes que nos remiten a esas otras que no vemos. Porque, como es lógico y normal, no podemos ver el interior de los hospitales; no vemos las UCI, no vemos respiradores conectados, no vemos los ojos cerrados esperando el día en que vuelvan a parpadear, no vemos ni experimentamos el «hasta pronto» que miles han dicho ya… pero hay muchos que sí lo están viendo. Y su imagen, su rostro nos comunica algo que, al menos para mí, es muy complicado de expresar con palabras.

Ver rostros con marcas, con heridas por cuidar y atender a otros no nos está indicando horario laboral ni preocupación por un salario. No; nos muestran cómo sufrir con los otros y por los otros es un valor que redime, que cura, que sana, que cuida y atiende hasta donde sea preciso. Los rostros con heridas de nuestros sanitarios son la máxima expresión en estos días de quiénes son los verdaderos guardianes de nuestras vidas. De quiénes son los que testimonian, en sus propias carnes, que no son días de pasear ni de saltarse ni una sola tilde de las normas dadas… sea quien sea. Porque estamos viviendo tiempos de ser serios, y no de caprichos e inconformismos adolescentes.

María, la chica de la foto, me decía estos días: «cada día mi cara está peor»; «no me importa que me salgan más heridas». María, quizás, me ha transmitido todo lo que se puede estar sintiendo y viviendo en cualquier hospital del mundo hoy: una donación continua e incondicional… por amor. ¿Amor a qué? A la vida. Por ello sus marcas en la cara nos transmiten vida, porque son heridas que nos hablan de sanar.

Fr. Ángel Fariña, OP