Con la fiesta de Las candelas ayer se cerró del todo el ciclo de navidad. Se apagan las luces. Se agotan los bolsillos con las rebajas, se extenúan los ánimos, en comercios y terrazas buscando chollos, o un respiro a tanto desenfreno. Y se me viene a la mente la parábola de las vírgenes (Mt. 25, 1-13). Pobres insensatas, corriendo en pos del aceite que no habían previsto, asustadas, inquietas, extraviadas… Así corremos en pos de falsas luminarias, fuegos fatuos, luces de neón, pero ¿quién alimentará la llama del corazón, la discreta provisión de aceite o la fe perseverante, el ascua vacilante de la voluntad encendida de com-pasión por tanto dolor innombrado, por tantas carencias que no aparecen en la televisión ni en las redes, por la pobreza de no tener rostro ni nombre, por tanta lejanía en la sombra, que ignoramos?

Vuelvo de los lejos y todavía no estoy cerca, este juego de luces y sombras me rechaza, me devuelve a los rostros, y los barros y los miedos de la selva, me empuja a unas reflexiones que todavía no se dónde ni cómo encajar, cuando me preguntan, por ejemplo: “qué tal la experiencia, estupenda ¿no?, cómo lo pasaste” etc., como si hubiera salido de turismo de aventura…

Me dejo invitar a La Llama, volviendo de la selva peruana… Después de tres meses, regresé a casa por Navidad, como el turrón. Todo me parecía tan chillón y ruidoso, sin embargo, los ciclos litúrgicos se cumplieron: nacimiento, familia de Belen, Epifanía, bautismo de Jesús. Entretanto en este mundo nuestro, hinchado de egocentrismo, coaliciones, mentiras, formación de gobierno y deformaciones de conciencia. La infancia, cómo no, en el centro de la diana; la primera patada en el corazón de la educación, reclamando derechos de padres e hijos, tú pones, yo quito, tú vetas, yo atizo, y así unos y otros insaciables en sus necias ansias de poder.

Más volvamos a lo nuestro, la llama encendida, el aceite de la lámpara, la candela humilde que iluminó tantos hogares bajo la piadosa advocación de la virgen. Así que la la parábola de las vírgenes dice bien este mi desconcierto, a la vez que puede ilustrar la inestabilidad en que vivimos, este estar sin estar, esta inquietud sin asiento…

Vendrán pronto los carnavales, de nuevo empezaremos a correr en pos de máscaras, de maquillajes imposibles, de colorines y pelucas, transmutaciones irreverentes e insustanciales. Tengo la sensación de que la vida pasa por nosotros y a nuestro alrededor sin discernir lo importante, anestesiando la realidad, e hipertrofiando lo banal, todo para no sufrir, para no saber, o ignorar a sabiendas, que es peor, y dejándonos engañar por fantasmas virtuales y fuegos de artificio.

Sagrario Rollán.

Voluntaria de Selvas Amazónicas