No tengo muy claro qué está pasando en nuestras aulas y con nuestros adolescentes y jóvenes. A veces siento que vivimos en mundos paralelos, uno físico, el nuestro y otro virtual del que parecen son ellos los principales habitantes y sólo de vez en cuando ambos mundos se entremezclan. Estoy segura que aquellos que nos dedicamos a la educación o los que tenéis hijos adolescentes me comprendéis y también todos los que por edad sentís como propio ese universo digital.

Pero últimamente siento que todo este tema de los móviles y las redes sociales está empezando a crear interrogantes en nuestro sistema educativo. Existen posturas encontradas ante esta realidad. Prohibir o no prohibir los móviles en la escuela. El campanazo lo dio Francia el curso pasado cuando estableció por ley la prohibición de que los menores de 16 años usen sus móviles en sus centros educativos. Ni en horario lectivo, ni en es recreo, ni en los comedores.

En España empezamos a comprobar que tenemos demasiados adolescentes muy adictos a la tecnología. Según los datos de PISA 2015 en España hay un 22% de chicos y chicas de 15 años usuarios extremos de internet –que pasan más de seis horas al día conectados al salir de clase– y que, precisamente en ese sector el rendimiento en ciencias se reduce en 35 puntos. Aparte, se sienten menos satisfechos con su vida, menos contentos con su centro educativo, y suelen faltar más a clase (donde, por otra parte, un 22% reconoce no desconectar). Ya en 2013, el estudio de la Comisión Europea EU NET ADB alertaba de que en España un 21,3% de los adolescentes estaban en riesgo de sufrir adicción a internet. Los propios jóvenes son conscientes de que abusan de las pantallas. Además ellos nos hablan de ese nuevo mundo del ciberacoso, en el que el anonimato hace más grave la situación que además es difícil de atacar porque se expende al ritmo de mensajes de whassap o likes de instagram. Los móviles no son sólo ventanas hacia el exterior sino que también pueden exhibir todo cuanto ocurre en la escuela, desde la más inocente foto de un recreo hasta el video robado en los vestuarios en educación física. Es un instrumento con infinitas posibilidades pero también con infinitos peligros en manos de niños y adolescente sin la madurez suficiente para gestionar su uso.

Por otra parte el móvil nos abre a todos un mundo de posibilidades, es decir, si somos capaces de educar la competencia digital y hacer que el uso de internet y otras aplicaciones tecnológicas sean un medio para la educación y no un fin en sí mismos lograremos educar para la búsqueda de la verdad y el espíritu crítico. En España, el 91,4% de las aulas dispone de conexión a Internet, según los últimos datos del INE (2017) y los centros ven muchos beneficios educativos con las nuevas

tecnologías: hacen más atractiva la información, permite a los estudiantes interactuar con datos y, a la larga, sirve para afianzar conceptos. Les abre también a la relación con otros que viven otra realidad, otra cultura, con otras situaciones económicas o sociales. En fin, abre las puertas de la solidaridad y el compromiso global con los que no viven su misma suerte.

Es también cierto que esta realidad ha llegado para quedarse y que tanto padres como escuelas somos los responsables de educar en su buen uso. Esto no servirá para lograr que lo que puede ser un peligro se convierta en una oportunidad de educar en una escuela abierta a este mundo paralelo virtual que también necesita los valores y principios en los que intentamos educar en nuestros centros educativos y hogares. Es cosa de todos, no podemos vivir la dualidad de universos paralelos porque estamos llamados a construir juntos, jóvenes y no tan jóvenes una realidad más humana, y por qué no, desde nuestro ser dominicos y dominicas, un mundo más Reino de Dios, donde la Buena Noticia y la solidaridad cristiana vaya más allá del pequeño mundo que nos rodea y llegue también a ese universo digital en el que los más jóvenes pueden y saben dar testimonio.

H. Amaia Labarta O.P.