Termina otro curso académico. Atrás quedan meses de clases, apuntes, exámenes, incidencias, partes por mala conducta, recreos, comentarios por los pasillos sobre los profesores, quejas justificadas e injustificadas de los alumnos, confidencias, desahogos, consejos y, cómo no, la tan odiada EVAU (reconozco que la palabra «selectividad» me gusta más). En fin, todas esas cosas que hacen de la vida académica una interesante aventura. Y digo que es una aventura porque hay que descubrirla. Sí, es todo un descubrimiento el mundo este de ayudar a otros -los alumnos- a crecer.

Ahora, cuando el calor de junio se va notando, cuando el verano ya está aquí, cuando hay por delante unos meses de descanso, cuando te has despedido de alumnos hasta septiembre y de otros hasta que la vida quiera que volvamos a coincidir, me sale decir a mis alumnos, gracias. Puede parecer tópico y típico pero me viene un sentimiento de gratitud hacia todos ellos. Y es que si lo pensamos bien es preciso y creo que necesario agradecerles su existencia. Porque gracias a ellos se puede llevar a cabo nuestro servicio, nuestra misión, nuestra responsabilidad para con la sociedad: la docencia. Hay que agradecerles, por qué no, sus momentos de cansancio, hastío, fatiga; sus momentos de indignación, de rabia o de cinismo. Porque esos momentos nos indican que estamos ante sujetos activos y no ante robots que tenemos que programar. Agradecerles su esfuerzo, dedicación, ganas, entusiasmo, creatividad. Pero, sobre todo, gracias por todos esos destellos que nos han lanzado, cada uno a su forma y manera, de qué sociedad quieren construir, qué mundo les gustaría heredar y qué horizontes pretenden conquistar.

A quienes comienzan el próximo curso la apasionante etapa universitaria no solo darles las gracias, también un ruego. Que luchen por sus proyectos vitales. Que descubran aún más, si cabe, la fascinante pasión por el saber. Que se alejen de toda aquella realidad que no les deje crecer, arriesgar, buscar, equivocarse, sentir, amar… en definitiva, que se alejen de toda aquella realidad que no les deje ser.

Queridos alumnos gracias por existir, gracias por todo lo que me habéis enseñado este curso, gracias ya, anticipadas, por todo lo que me vais a seguir enseñando.

Fr. Ángel Fariña, OP