Sólo se ve bien con el corazón, ya se lo decía el zorro al Principito. Y es verdad. Pero, en estos tiempos epidérmicos y superficiales, de ‘sefies’ narcisistas y autocomplacientes ¿cómo aprender a ver y, sobre todo, como aprender a ver con el corazón?
Las cosas importantes en la vida tienen que ver con la sensibilidad. Pero ¿cómo educar la sensibilidad?
Creo que sólo podemos aproximarnos a la forma de ver, sentir y actuar de Jesús de Nazaret desde una mirada que sabe ir a la hondura, que se deja afectar y se hace vulnerable ante el otro, el que sufre, el que siente, es decir, una mirada sensible, que sabe llorar con el que llora y reír con el que ríe. Salir de nuestro autismo para adentrarnos en el otro, dejarnos herir por el dolor que siente el otro, ir por la vida con los ojos y el corazón abiertos. También desde aquí cobra sentido el estudio y la reflexión.
Precisamente por esto creo que es tan importante fomentar entre los niños, adolescentes y jóvenes el gusto por un buen libro (poesía y narrativa), una obra de teatro, una buena película, el disfrute de buena música. Creo que aquí reside una de las claves de la educación de nuestra mirada cristiana, sensible (¡que no cursi y sensiblera!).
Por eso si trabajas con niños, adolescentes o jóvenes, si eres catequista o acompañas a los que se aproximan al descubrimiento de Jesucristo, siembra en ellos la pasión por la lectura, por la buena música, por el buen cine y teatro. Sugiéreles, ayúdales a descubrir, oriéntales para que sepan adentrarse en un libro, una película, una canción, que les abrirá sus mentes y sus corazones, que les aproximará a la vida y mensaje de Jesús de Nazaret.
Pero no olvides que, para apasionar a otros, primero tienes que apasionarte tu.
Ricardo Aguadé, OP