Hace tiempo que tengo la impresión –creo que más que una impresión es una certeza– que cada vez hay más jóvenes españoles y, me atrevería decir que europeos, que pasan de la Iglesia.

Tal es así, que creo que llega tarde un lavado de imagen tipo: ¿qué tendría que cambiar en la Iglesia para que os acercaseis a ella? La mayoría no quieren sabe nada de la Iglesia ni del ‘rollo’ clerical. El descrédito es mayúsculo.

Un pequeño matiz: cuando digo que la mayoría pasa, no quiero olvidarme que a muchos jóvenes, la Iglesia, les provoca un tremendo ‘rebote’ y un ‘mal rollo’ ¡impresionante! ¿Una pena? ¿Una injusticia? ¿Una…? Pero es así.

La Iglesia que ellos ven, la que les llega a través de muchos pronunciamientos de la jerarquía, la que oyen a sus padres, es una institución machista, retrógrada, inmovilista y homófoba. Más preocupada por la pérdida de sus privilegios e influencia social y política, que por vivir lo que decía un tal Jesús de Nazaret, que por otra parte ‘les mola cantidad’.

Es verdad que cuando les muestras (o lo intentas) que hay otra Iglesia posible (incluso real en muchos lugares), te dicen: genial, está muy bien, pero eso ¿dónde es así, porque aquí no? ¿Existe en algún otro sitio además de en esta parroquia, en nuestros grupos, en el MJD, en los misioneros y misioneras?

No sé si es políticamente correcto decirlo y mucho menos escribirlo. Pero los que estamos acompañando a jóvenes, sabemos bien que eso es lo que les llega, lo que perciben, lo que sienten y con lo que tenemos que enfrentarnos cada día. Y antes esto no valen los sínodos como lavado de cara, que además no sirven para nada.

Los jóvenes ven una Iglesia que no les tiene en cuenta, atrincherada en ritos, costumbres, símbolos y lenguajes que no entienden y que nada tienen que ver con sus vidas, sus preocupaciones, sus alegrías, sus incertidumbres. Una Iglesia que les tira dogmas a la cabeza, la de las liturgias rimbombantes y los pronunciamientos condenatorios, que les argumenta con un ‘sí porque sí’ y que se erige, a través de sus jerarquías, en la única verdad verdadera. Una Iglesia paternalista y condescendiente. Nuestros jóvenes, no perciben una Iglesia profética, sino una Iglesia clerical y trasnochada.

¿Qué nos cabe hacer? Creo que un buen comienzo sería sentarnos a escuchar (¡de verdad!) y a dialogar (¡de verdad!), sin creernos poseedores de todas las verdades y sin tener respuestas para todo. Saber acompañar la incertidumbre y la búsqueda de los jóvenes. Entender sus interrogantes y dudas. Sí, creo que por ahí se podría empezar. Ni mitificar a los jóvenes y darles la razón en todo, ni despreciarles desde la prepotencia clerical.