Hoy es 28 de enero, y siendo esta una columna de jóvenes dominicos significa que tengo que echar mano del santoral y hablar con Tomás de Aquino. Más allá de su pensamiento, del que (creo) aún se estudia algo en los institutos, me gustaría hablar de su vida, porque es la de alguien que se deja guiar por Dios a pesar de todos los pesares, incluso de la propia Inquisición. Porque sí, Santo Tomás sufrió el juicio de la Inquisición.

Empezamos la historia con un joven que quería unirse a los dominicos, una orden fundada solo 9 años antes de su nacimiento. Por tanto, cuando el joven Tomás entró al convento, aún vivían algunos de los que habían conocido a Santo Domingo. Lo de unirse a una orden que predicaba tan radicalmente la pobreza no le gustaba mucho a su familia, de la nobleza italiana, que pensaban más bien en una carrera fulgurante para su hijo en la que podría acabar en un puesto de renombre en la Iglesia, con muchas tierras y súbditos. Así que sus hermanos le encerraron. Más de un año. En un castillo, en el que incluso le tentaron con “una bella napolitana”, según las crónicas, a ver si se le pasaba la tontería y se comportaba como un ‘hombre’.

Ahí no acabaría el gusto por lo nuevo de Tomás. En sus manos cayeron los escritos de Aristóteles, y decidió que se podría aprender algo de ellos y enseñarlo en las universidades. Tanta novedad no sentó bien y ahí fue cuando la Inquisición se interesó por eso de enseñar cosas tan rompedoras. De aquella, el pensamiento de Santo Tomás se salvó por poco.

¿Seríamos hoy capaces de mostrar tanta valentía?

Asier S.B.