En estos días se ha repetido en diferentes conversaciones un mismo tema, la crisis de valores.

Ya mi abuelo, todo un sabio, lo resumía estupendamente, “antes se pasaba hambre, no se tenía todo lo que hay ahora, pero lo que no faltaba era el respeto y la educación (aunque no se pudiera ir a la escuela)”.

Desde diferentes gremios, sanitarios, educativo, las relaciones del día a día comentábamos esa falta de empatía con el que tenemos al lado (ni que decir tiene lo que importará lo que pasa al otro lado del mundo). Ese mirarnos el ombligo nos está volviendo cada vez más egoístas, negativos y cada vez más difícil tener unas relaciones sociales positivas. Pero hoy no quiero pertenecer a ese grupo de personas quejicas, descontentas con el mundo sin hacer nada. Somos seres sociales por lo que tendremos que cambiar para convivir lo mejor posible.

Como si de arreglar el mundo se tratará junto a mis amigos, familia, compañeros proponíamos diferentes ideas para que el mundo fuera más humano. Más que con dichas propuestas, después de las conversaciones me quedaba con la importancia que tenía para nosotros este tema. Sigue existiendo gente muy humana, comprometida con las personas a las que atienden, enseñan, con las que comparten, con la que se cruzan en el mercado, piso…que acompañan con una gran sonrisa y aunque sea con un “buenos días!”. Esa humildad hace que no salgan en las noticias, ni se noten, pero están preocupándose por los demás.

¿Que sería del mundo si cada uno de nosotros cambiara cada frase de queja, crítica por un mensaje de positividad, reconociendo lo bueno que hay?

Nos animo a que cada uno en nuestro entorno cambiemos ese tono de pesimismo por el de alegría y esperanza. ¡Observemos a las personas que aparecen en nuestro camino, nos preocupemos por su situación y hagamos sentirlos genial (y eso nos incluye)!

Belén Rodríguez