En los últimos tiempos, cada vez oigo a más personas decir: “menos mal que se han acabado las fiestas, comidas, fastos y demás y volvemos a la rutina”. También lo he escuchado después de las vacaciones de verano, dando por supuesto que la rutina es algo bueno, que da estabilidad, reposo, sosiego… ahora que acaban las fiestas navideñas se convierte en un “clásico básico” que diría mi amiga @maitibus. Confieso que yo misma lo he dicho, a veces, más por cerrar una conversación y pasar a otra cosa que por estar demasiado de acuerdo.
De hecho, justo este domingo, después de la misa de Epifanía se me volvió a escapar la expresión “volver a la rutina” a la que alguien me contestó: “no, a la rutina no; mira, los Magos volvieron por otro camino”. Y me quedé pensando en qué camino sería ese por el que este 2019 tendré que transitar. Y sigo en ello…
Y pensaba también que, ahora que muchas
personas inician el año con buenos propósitos que la mayor parte de las
veces dejan de cumplir antes de que acabe el mes -qué sería de los
gimnasios, las academias de inglés y los centros
de adelgazamiento, sin estos propósitos- quienes nos llamamos creyentes
podíamos hacer el intento de no dejar que el 7 de enero sea el día en
que dejemos de esperar nada -el Adviento se acabó y el Niño ya ha
venido, luego poco hay que esperar- e iniciemos
el nuevo año haciendo cada día Epifanía, es decir, manifestación de la
divinidad para quienes nos rodean. ¿Sería un buen propósito de año
nuevo, no?
Olivia Pérez