Esta semana pasada. Un día cualquiera. Una mañana como otra. Madrid. Metro. Hora de ir a trabajar. Gente. Mucha gente. Mucha, mucha gente. Aglomeraciones. Estación de llegada. Todo el mundo sale en bloque hacia las escaleras.

Y en eso, un chico baja en sentido contrario a la turba que sube. Baja con prisa para intentar coger el metro del que toda esa gente hemos bajado. Quizás llega tarde a la oficina. Baja pegado a la pared, tratando de hacerse hueco para llegar. Y claro, va haciendo que la gente que sube le tenga que dejar hueco para pasar –por las escaleras se sube y se baja…obviamente-. En esto, una mujer que sube, no se termina de apartar, o no le ha visto o el chico va rápido o lo que sea, y chocan ligeramente. El muchacho sigue adelante para intentar llegar al metro, la mujer empieza a insultarle y gritarle. “¡Imbécil!” resuena sobre las cabezas de todos…

No hubo más historia. Es solo una pequeña anécdota cotidiana, pero que me dejó pensando al salir de la boca del metro.

Por un lado, en la reacción de la mujer. En el estrés y la tensión que vivimos en las macrociudades congestionadas, en que las condiciones de trabajo que vivimos no son las mejores para mantener la paz del corazón… pero también en que no aguantamos nada, ni lo normal de convivir. Estamos tan centrados en nosotros mismos, que todo lo de fuera es una molestia, una incomodidad, una agresión, un estorbo, una molestia…

Pero también me dejó pensando en lo poco que valoramos la amabilidad. En lo poco cotidiana que es la amabilidad. Un perdón, un por favor, un gracias, la comprensión, la educación, los modales al hablar, la mejor comprensión del aceptar y el tolerar a los otros y las cosas cotidianas, con respeto, con cuidado, con cortesía, con cierto humor sano y natural, pese a que alguna molestia conlleven, el pensar siquiera un poquito en el otro y en como mis actos pueden afectar a los demás, en que no vivimos sólos en el mundo…  y sobre todo en el poder que tiene tan inmenso para transformar las relaciones la amabilidad.

La cortesía, la educación, la amabilidad –en este tiempo de Adviento, de preparación que comenzamos para la llegada de quien transforma el mundo desde el amor- como esas pequeñas cosas cotidianas en las que nos jugamos la humanidad y la posibilidad de transformar nuestro mundo en un lugar mejor, pues a fin de cuentas, amable viene de amar…

Vicente Niño, OP