¡Qué difícil vivir con lucidez y responsabilidad! Y más difícil aún, vivir con esperanza en tiempos de tanta desesperación. Casi imposible no vivir atrapados por el miedo, con una insistente sensación de derrota, sin caer en la tentación de darse por vencido y claudicar, inclinar la cabeza y sentarse al borde del camino viendo pasar la vida.

Tal vez lo más sensato sea renunciar a todo atisbo de utopía, dejar a un lado las convicciones, renunciar a principios éticos, no empeñarse en nadar siempre contracorriente, conformarse… ¡Y ya! No es posible otro mundo. ¡Seamos realistas de una vez por todas! Renunciemos a seguir soñando y asumamos con realismo que hay lo que hay. Construyamos pequeños refugios, grupos ‘estufa’, oasis de bienestar y confort, en los que protegernos de tanto desencanto y de lo difícil que resulta vivir.

¿Y qué nos queda a los seguidores de Jesús?

¿Tiene sentido seguir creyendo que, alentada por Dios, la historia humana, personal y colectiva, se encamina hacia su liberación definitiva? ¿Acaso no es un planteamiento ingenuo?

«Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación». ¿La llamada de Jesús para reavivar nuestra confianza y despertar la esperanza tiene algún sentido todavía?

¿Nosotros creemos que un día el mundose pondrá patas arriba o cabeza abajo? ¿Los últimos serán los primeros, la grandeza se medirá por la capacidad de servicio, la verdad prevalecerá frente a tanta mentira, las víctimas de las guerras y genocidios conocerán la vida? ¿De verdad que ningún gesto de amor se perderá para siempre, las lágrimas de los pobres se secarán y de las espadas se forjarán arados?

Jesús nos invita a mantener viva la esperanza y la indignación, a estar siempre despiertos y alertas. Anuncio y denuncia,fortaleza y ternura, obediencia a Él e insumisión frente los falsos dioses del dinero, el poder y el prestigio. Sólo quien está dispuesto a perder la vida, la ganará.

Es necesario que tomemos partido, que nos posicionemos junto a los últimos, al lado de los desheredados, de los débilesy pequeños. ¡Y es urgente!

Fr. Ricardo Aguadé, OP