En los últimos tiempos he adquirido la costumbre, camino al trabajo, de escuchar (a través de la aplicación Rezando voy) o leer (en La Buena noticia) el evangelio del día. Hace unos días, el texto propuesto era el de la mujer encorvada, a la que Jesús cura tras 18 años de sufrimiento por su enfermedad. Las curaciones de Jesús son textos que nos hemos acostumbrado a escuchar sin cuestionarnos mucho ni saber si, verdaderamente, nos creemos que hoy sean posibles esos “milagros”.

Al día siguiente, las aplicaciones seguían leyendo el evangelio de Lucas con las parábolas del grano de mostaza y de la mujer que amasa pan con un poco de levadura. Este último es un texto significativo para mí porque una vez escuché al antiguo maestro de la Orden, Timothy Radcliffe explicarla: la mujer amasa llevando de las periferias hacia el centro, acercando los alejados, los dejados al margen, las puestas en entredicho, desde fuera hacia dentro. Bonito, ¿verdad?

Al escuchar los textos dos días seguidos caí en la cuenta de lo cerca que están ambos. El de la curación de la encorvada acaba en Lucas 13,17 y el de la levadura empieza en 13, 20. Y pensé: es como si Jesús hubiera pensado en aquella mujer a la que acababa de curar, a la que imaginaba una mañana, en casa, amasando el pan y permitiendo que, como ella misma, lo alejado, lo dañado, lo dolorido pudiera volver a formar parte del todo, de la sociedad, de la vida.

Tengo un par de hermanas (una biológica y otra no) que acaban de vivir experiencias parecidas. A una de ellas la han echado de un trabajo después de 25 años de dedicación absoluta. A la otra, tras un año de explotación total, le ofrecían pasar a ser indefinida en las mismas condiciones: cotizando por la mitad de horas (con el consiguiente problema de vivienda para su familia, que no puede alquilar un techo digno donde estar), horas que siempre eran muchas más de las contratadas. Pidió la baja voluntaria…

Ambas son mujeres fuertes, mujeres libres que se han puesto de pie y han iniciado una nueva etapa en sus vidas. En este tiempo, unos meses solo, Beatriz se ha mudado con sus hijos y su marido para estar más cerca de la familia a la que tanto echaba de menos, ha escrito una novela y se ha matriculado en la Universidad. Pilar está disfrutando de unos días de descanso, pasando tiempo con los suyos y pronto se pondrá manos a la obra en otro trabajo donde, esperamos, la traten como a un ser humano, con derechos, con derecho, sobre todo, a un trabajo decente y a todo lo que ello supone.

Las dos han respirado hondo y se han enderezado. Y ahora amasan otras harinas con otras levaduras del Reino. ¡Gracias a Dios!