Os quiero contar tres cosas que me pasaron la semana pasada, en un puente que convertí en mis grandes vacaciones del año.
Viernes dos en Valencia. El Palau de les Arts acoge un concierto de Jorge Drexler. Presenta su último disco, Salvavidas de hielo, diez canciones hechas únicamente con sonidos sacados de la guitarra (exceptuando las voces, claro). Drexler tiene una historia que contar (dejó la medicina en Uruguay para intentar vivir de la música en España) y miles de cosas que decir. Tiene el don de la profundidad, de no extenderse y de no resultar pedante ni sabiondo. A lo largo de la noche, presenta casi una a una las canciones que va tocando y llega a 12 segundos de oscuridad. Cuenta que la canción habla de los barcos que se guian por los faros y explica que no es la luz lo que les hace distinguir la tierra, sino el tiempo entre luces de esa intermitencia regular. La oscuridad también nos dice dónde está nuestro camino.
Tras un sábado tres en Albacete, un domingo cuatro en Madrid. Kairós, un grupo de jóvenes que también son amigos, me acoge de la mejor manera posible: invitándome a su reunión de comunidad. Esta semana hablan de los cambios que han ido sucediendo en sus vidas ultimamente. Algunos buenos o otros a evaluar. Cuento lo de Drexler. Sara y Belén cuentan otra historia. Días atrás estuvieron participando en un voluntariado para dar a los sintecho sacos de dormir entre otras cosas. Tras conversar con uno de ellos durante un rato, él les agradeció la atención y la escucha y les pidió que le dieran la mano para rezar una bendición, medio en búlgaro medio en español. Otra de las muchas pruebas de que Dios se presenta de formas muy diferentes, y veces nos salva.
El miércoles seis viajé hasta Lisboa, y como si unas cervezas entre amigos el martes a mediodía hubiera dado el pistoletazo de salida, pasé una semana entre sidras, desnivel, arte, raíles y muchos azulejos. No os puedo contar una historia concreta de esos días, pero sí os puedo decir que sumergirte en una ciudad mientras descubres a una persona es fascinante. Y entre comida y comida, me vino a la mente lo de Santo Domingo y el tabernero, lo de encontrar más facilmente las cosas en lo sencillo que en las burocracias mentales y sentimentales.
El domingo volví a Sagunto y hoy, con la resaca del Blablacar y las vacaciones, me ha venido a la mente –casi de forma terapéutica- un grafiti que vimos el jueves en un paso subterráneo de peatones. Decía en portugués: La mejor forma de viajar, sentir. Pues eso, ante la sed de historias, toca sentir.

Álvaro G. Devís